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En una entrevista ofrecida al programa El Delirio, que se emite por Radio Utopía, Radio Aktiva y Emisora Libre Autogestionada, el integrante de ICEA remarcó que los procesos de autogestión obrera en Argentina ya se habían conocido en los años 50. Sin embargo, su consolidación se produjo al calor de la crisis de 2001, “cuando toda la estructura socioeconómica del estado argentino explota y se produce la necesidad de que muchos trabajadores, ante el fantasma del paro, tengan que ocupar y hacer funcionar las fábricas en las que estaban trabajando”. “Esta explosión social –indicó- vino acompañada por el boom generalizado de distintos procesos autogestivos, entre los que se encontraban las asambleas barriales y los bachilleratos populares”, en muchos casos impulsados desde las propias fábricas.
Carretero señaló que, al menos en su mayoría, estos procesos no se realizaron bajo la tutela de sindicatos ni partidos políticos, principalmente porque la relación con estas entidades por parte de los trabajadores en cuestión era bastante ambigua. “La mayoría no tenía experiencia de haber formado parte en ese tipo de colectivos”, destacó. Por el contrario, sus propios protagonistas “fueron adquiriendo conciencia sobre su posición en el mercado globalizado y su auténtica situación como trabajadores sin patrón”.
En ese sentido, el miembro de ICEA citó las características especiales del sistema sindical argentino, “donde sólo existe una organización dividida en distintas federaciones, de las cuales algunas apoyan el proceso de recuperación de fábricas y otras no, porque lo ven como una agresión directa a la cúpula sindical”. De hecho, “la propia burocracia sindical intentó evitar las tomas y que se produjese la puesta en funcionamiento” de las industrias recuperadas.
En un 94% de los casos, las fábricas adoptaron la forma jurídica de cooperativas. “En algunas lugares se intentó la estatización, pero no se logró porque no lo deseaban todos los trabajadores ni el Estado estaba dispuesto a hacerlo”, explicó Carretero. De esta manera, el funcionamiento suele ser asambleario: “es la asamblea de trabajadores la que decide qué, cómo y cuándo se hace cada cosa”. Todos los trabajadores cobran lo mismo y no se da una escala salarial de tipo capitalista. Esto, apuntó, “también genera algunos problemas determinados, como qué hacer cuando se toman decisiones fuera de la asamblea”. No obstante, tal como demuestra la experiencia, “esas tensiones y conflictos se van resolviendo satisfactoriamente sobre la práctica”.
Estos “islotes de autogestión en un mercado capitalista” también conviven con problemas que provienen del exterior. Por ejemplo, “tienen que vender y sobrevivir en ese marco capitalista, y en muchas fábricas los proveedores exigen el pago en adelantado de la mercancía, algo que no hacían con antiguos patrones”. Otros de los inconvenientes han surgido en empresas autogestionadas que funcionan en un sistema similar a la subcontratación, en el que una empresa capitalista se dedica a proporcionar los materiales y marcar los objetivos. “Trabajando con subcontratas, hay riesgo de que ciertas empresas autogestionadas se puedan convertir en una zona de autoexploración acelerada dentro de la cadena de valor capitalista. En algunos casos existe preocupación por esto, pues saben que las fábricas tienen que ser productivas y capaces de sostenerse en el mercado”, señaló.
Carretero indicó que existen casos en los que los trabajadores han recibido el apoyo del Estado y de los poderes públicos por medio de subvenciones, en base a la lectura de que “si hay unos poderes públicos con dineros de todos, esa gente tiene que responder ante quienes están manteniendo puestos de trabajo”. De todas maneras, los trabajadores implicados en estas iniciativas “buscan crear fondos barriales que apoyen los distintos procesos autogestivos, e incluso fomentar las economías entre las propias fábricas”.
Respecto al futuro, el integrante de ICEA valoró que “las fábricas por sí solas no son nada. Por el contrario, si están dentro de un movimiento generalizado de ruptura con los procesos generales del capitalismo, son un gigantesco laboratorio que permite comprobar cómo los procesos de abajo a arriba, con un funcionamiento asambleario y autogestionario, son posibles y se pueden llevar a cabo”. “Frente a esa pretensión de que la transformación socialista tiene que producirse por parte de una serie de expertos que están en el Estado y marcan las pautas, estas iniciativas permiten ver que la gente, cuando dirige las cosas por sí misma y es capaz de mantenerlo, forma un germen muy importante”, subrayó.
Sobre la aplicación de estos casos en España, Carretero sostuvo que “si hasta ahora no se han producido es porque existe un estado de bienestar bastante fuerte que impide que se generen”. A la hora de los cierres de empresas, señaló, “la gente se va con un dinero, y mientras le dura piensa que esta crisis pasará y volverá a encontrar otro trabajo”. “En Argentina se habla de la lucha por la cultura del trabajo: ocupar la fábrica y mantenerse allí, más que una acción política y social, es un acto en el que una persona reivindica su identidad como trabajadora frente a la posibilidad de caer en la marginalidad del paro. Las ganas de mantener esa identidad contra viento y marea aquí la hemos perdido”, afirmó.