Ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo sobre la vigencia de la vieja “utopía” libertaria, pero ante el aumento de movimientos sociales que hablan de acción directa, autogestión, democracia real, etc., no han sido pocos los que han visto en estas actuaciones un gran trasfondo anarquista. Hemos planteado a tres expertos cuatro cuestiones sobre una de las ideologías más populares del siglo XIX y principios del XX.
Texto: David Losa
Hubo un tiempo, entre la I República (1873) y la Guerra Civil (1936/39), en que el anarquismo –y sobre todo el anarcosindicalismo– eran corrientes políticas con un gran respaldo popular en España. Por entonces, la creciente industrialización y la floreciente conciencia crítica de muchas personas chocaba frontalmente con las actuaciones conservadoras de las altas esferas del poder político, económico y religioso. El trabajador, maniatado socialmente, despertaba a su condición de clase, y las nuevas ideas se difundían a través de libros, de charlas, de panfletos o, simplemente, del boca a boca.
El mundo no tenía por qué ser tal cual lo querían los poderosos, había nacido una nueva forma de entender la sociedad: el anarquismo. Según escribe el profesor de Ciencia Política Carlos Taibo en su obra Repensar la anarquía. Acción directa, autogestión y autonomía (Los Libros de la Catarata, 2013), los elementos principales del cuerpo doctrinal del anarquismo eran (son) los siguientes: “el rechazo de todas las formas de autoridad y explotación, y entre ellas las que se articulan alrededor del capital y del Estado, la defensa de sociedades asentadas en la igualdad y la libertad, y la postulación, de resultas, de la libre asociación desde abajo”.
Pero sobre todo, desde el principio, dada las numerosas corrientes dentro del propio movimiento, era más fácil definir a los anarquistas desde todo aquello que rechazaban, como enumera Taibo: “el Estado, el capitalismo, la desigualdad, la sociedad patriarcal, la guerra, el militarismo, la represión en todos los órdenes, la autoridad”.
¿El renacimiento?
Lejos siquiera de acercarse a algo parecido a la ansiada Utopía libertaria, y pese a que el anarcosindicalismo llegó a ser un movimiento de masas en España –un hecho excepcional en toda Europa–, la llegada de la Guerra Civil primero, y de la dictadura franquista después, sepultaron de golpe al anarquismo en la clandestinidad y el exilio. Lo peor fue que, en contra de lo que muchos pensaban,a la muerte del dictador el ideario libertario no encontró un hueco social relevante en la nueva democracia, ‘malviviendo’ durante dos largas décadas gracias a la constancia de unos grupos más o menos marginales que han mantenido viva la llama anarquista.
Pero el siglo XXI y la debacle del sistema capitalista han devuelto a la actualidad todas aquellas ideas que enarbolaban la libertad del ser humano, su capacidad de autogestionarse o de decidir sobre su propia existencia. Así explica la historiadora Laura Vicente, en su Historia del Anarquismo en España (Los Libros de la Catarata, 2014) esta última evolución: “(el anarquismo) se infiltró por las grietas de la sociedad del bienestar y emergió, y emerge, con formas nuevas en la actualidad. Si quedará solo en eso, en materia primigenia que emerge aquí o allá, o conseguirá reinventarse a sí mismo, es cosa del futuro”.
CUESTIONARIO
1 ¿Cree que, en general, el ideario anarquista clásico está vigente en la actualidad?
2 ¿De qué estado de salud goza el anarquismo militante en la actualidad en España?
3 ¿Está presente el anarquismo en la esencia de muchos de los movimientos sociales producidos a raíz de la crisis?
4 ¿Cree que el pensamiento anarquista ganará protagonismo en el futuro?
JOSÉ LUIS CARRETERO
Profesor, activista y escritor.
1 Las bases fundamentales del pensamiento anarquista clásico no pueden estar más de actualidad. Vivimos en un momento de crisis múltiples y confluyentes (cultural, económica, financiera, pedagógica, de la hegemonía política, etc.), que delinean el escenario de una crisis civilizatoria global. En los próximos decenios todo va mutar aceleradamente, pero no sabemos exactamente en qué dirección.
En este contexto, las bases del socialismo libertario (una sociedad radicalmente democrática, donde no exista la opresión ni la explotación, y en la que las clases sociales y el Estado burgués desaparezcan y sean sustituidos por la auto-organización de las poblaciones) están plenamente vigentes. Si ahora se habla, en todas partes de una “democracia real”, de lo que se está hablando realmente es de que la gente tiene que tener el derecho de decidir igualitaria y libremente su futuro. El anarquismo clásico no hacía otra cosa que indicar que la democracia no podía ser restringida a la forma parlamentaria burguesa y, sobre todo, no podía desaparecer a las puertas de los centros de trabajo.
Así, los elementos esenciales del anarquismo clásico no eran otros que la defensa de la democracia directa y ampliamente participativa, y de la autogestión de la vida económica por parte de los propios productores. Cosas ambas que no pueden estar de más actualidad.
2 Goza de una moderada buena salud. El anarcosindicalismo sigue siendo una fuerza presente y asentada en muchos centros de trabajo, aunque no sea mayoritaria. Y ha crecido de manera clara en los últimos años de crisis, tanto en afiliación como en capacidad de incidencia. De hecho, al calor del 15M se produjeron las primeras convocatorias unitarias del conjunto de las organizaciones que se reclaman herederas, desde el punto de vista ideológico, de la CNT histórica, aunque, de momento, no se haya persistido en esa línea.
Por otra parte, existen numerosos grupos y entidades libertarias de diversas tendencias, generalmente insertos en espacios locales concretos, o dedicados a labores culturales o pedagógicas. Abundan las editoriales, las cooperativas e iniciativas productivas, o los núcleos juveniles, de barrio o de localidad. Estos grupos tienen una incidencia variable y una capacidad de influir en las luchas generales de la población que suele estar en relación directa con su capacidad de organización y de inserción en la realidad material de las poblaciones en las que realizan su trabajo.
Frente a núcleos puramente marginales, y dedicados a labores muchas veces poco relacionadas con las necesidades inmediatas de la gente, conviven (aunque, a veces, también con muchos problemas) colectivos con amplia aceptación social y décadas de trayectoria barrial o cultural.
3 Está enormemente presente, en lo que son las bases organizativas e ideológicas esenciales que han ido desarrollando los movimientos sociales de las últimas décadas: asambleísmo, autogestión, mínima delegación, control de los líderes, independencia (al menos afirmada) de los partidos políticos, etc. Hoy día es casi imposible plantear, en el seno de los movimientos, que los mismos deberían organizarse en torno a otras bases organizativas (como sería, por ejemplo, el llamado “centralismo democrático”, o los liderazgos autoritarios). Nadie dice ya ser el “Frente de Masas” o el “Frente de los desahucios” del Partido X. EL 15M, o la PAH, sin la influencia histórica, discursiva, y muchas veces, incluso personal de los y las anarquistas, no hubieran sido los mismos.
4 De aquí al futuro, en el marco de las tremendas transformaciones que van a vivir nuestras sociedades, va a ser imprescindible, ante el fracaso de las opciones clásicas basadas en un socialismo autoritario y estatista o en el pacto entre clases con una clase dirigente acosada por sus contradicciones, desarrollar un nuevo socialismo, una renovación profunda del proyecto histórico levantado por las clases populares hace 200 años para intentar dirigir al mundo a la más amplia democracia posible y a la construcción de una economía al servicio de la sociedad en su conjunto.
Ese nuevo socialismo, que tendrá que ser, inevitablemente, un ecosocialismo, tendrá también que tener entre sus elementos centrales muchas de las cosas que el anarquismo ha defendido siempre: la democracia directa, el fomento de la producción cooperativa y autogestionaria, la mínima delegación, la rotatividad de funciones, y el respeto por la pluralidad y la ausencia de dogmas.
CARLOS TAIBO
Profesor de Ciencia Política y escritor.
1 Creo que las ideas de autoorganización, autogestión, apoyo mutuo, democracia directa y propaganda por el hecho son más actuales que nunca. Y lo son por cuanto configuran la única respuesta creíble a la corrosión terminal del sistema y al colapso que se avecina. Eso no significa que no haya que revisar muchas de las percepciones propias –así, las relativas a las mujeres, la ecología o la sociedad industrial– del anarquismo del XIX.
2 Asistimos a un auge manifiesto de las prácticas libertarias, que ilustran, por ejemplo, muchas de las asambleas populares del 15M y muchos de los espacios de autonomía –grupos de consumo, ecoaldeas, cooperativas integrales…- que se han ido forjando en los últimos años. El crecimiento de las organizaciones identitariamente anarquistas, o anarcosindicalistas, no es, en cambio, tan visible, aunque me parezca, también, indudable.
3 Más que el anarquismo, lo que está presente es el despliegue espontáneo de prácticas libertarias. Creo que ese despliegue a menudo no obedece a ningún proyecto ideológico, sino a una lectura vivencial de las miserias que arrastran todas las organizaciones del sistema en términos de jerarquía, separaciones, exclusiones y explotaciones. Al margen de eso, me parece que las prácticas libertarias surgen de la conciencia de que formamos parte del sistema con el que queremos acabar, algo que obliga a asumir esfuerzos adicionales.
4 No tengo ninguna duda al respecto. Cuando se dice que el anarquismo no es una ideología contemporánea se está diciendo una gran verdad: es una ideología del futuro. Los conceptos de decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar encajan en una perspectiva radical que hace de la autogestión y de la desmercantilización dos de sus hitos.
LAURA VICENTE
Doctora en Historia y escritora.
1 El ideario anarquista clásico, al igual que el de la izquierda clásica, me parece que no está vigente en la actualidad. En Europa desde los años sesenta, el anarquismo, y toda la izquierda en general, entró en un proceso de crisis que es ahora, en el siglo XXI, cuando muestra su dramática dimensión. En España, el franquismo distorsionó esta cronología por la dura represión de la posguerra, que asestó un duro correctivo al anarquismo y al sindicalismo que lo llevaron al borde de la extinción.
La crisis se produjo por la fractura de la tradicional asociación de la izquierda con el proletariado urbano que también disminuyó y se fragmentó. Cuando la vieja izquierda ya no pudo depender de las comunidades de la clase trabajadora, porque cada vez representaba un porcentaje menor de la población, la llamada nueva izquierda se unió a los jóvenes de los años sesenta y no fue el interés de todos, sino las necesidades y los derechos de cada uno, lo que constituyó su base.
El individualismo sustituyó a la comunidad y las reivindicaciones subjetivas de la suma de identidades sustituyeron a los propósitos sociales comunes. Los movimientos políticos desaparecieron sustituidos por el individualismo fragmentado de las preocupaciones particulares, incapaces de convertirlos en objetivos colectivos.
2 Siempre ha sido muy difícil contar el número de personas adscritas al anarquismo por su tendencia a organizarse en pequeños grupos con actividades diversas y dispersas que no resultan fácilmente contabilizables. Pero lo que está claro es que el anarquismo organizado ha desaparecido como fuerza social en la España de principios del siglo XXI. Desconozco la afiliación de la CNT, pero, al mantener su autonomía respecto al Estado y no participar en las elecciones sindicales, ha quedado reducida a una organización marginal desde el punto de vista sindical, mientras que la CGT, que participa en las elecciones sindicales y los comités de empresa, cuenta con unos 5.000 delegados y alrededor de 60.000 afiliados en la actualidad.
3 Considero que los ‘ideales’ anarquistas aparecen en propuestas asumidas por diversos movimientos sociales. Existe, lo que yo denomino, el “rastro de los ideales” ácratas, y se puede percibir en ideas o tendencias sociales que se han mantenido hasta el siglo XXI. Entre ellas encontramos la libertad individual para regir el ámbito privado, centenares de miles de parejas viviendo su amor libremente, madres solteras que deciden encarar su maternidad en solitario, viviendo la sexualidad con libertad y sin tabúes.
La mayor confianza en los cambios individuales o de pequeños grupos, experiencias de cooperación al margen de las instituciones, como el intercambio de trabajo y productos sustituyendo al dinero, la descentralización de las decisiones, la crítica de las desigualdades y de instituciones represoras y arbitrarias. La importancia de la educación y la sanidad públicas asumida en las luchas que en la actualidad mueven a las ‘mareas’, por no hablar de su base asamblearia y de acuerdos basados en el pacto y no en la imposición de las mayorías.
Los movimientos antiglobalización contienen muchos principios anarquistas, como la reivindicación de la autogestión y la lucha contra las organizaciones políticas y financieras supranacionales que pretenden suplantar los poderes del Estado eliminando cualquier capacidad de la libertad individual, provocando más explotación, control e insolidaridad. Por último, el distanciamiento actual de la acción política y de sus representantes electos no deja de mostrar una desconfianza hacia este ámbito tan denostado por los libertarios y, por tanto, sería otro ‘rastro’ del anarquismo en dichos movimientos.
4 El anarquismo histórico no renacerá seguramente en el siglo XXI, pero sus ‘rastros’ de libertad, antiautoritarismo, librepensamiento, rebelión interior, libertad individual, democracia directa y revuelta ética han mostrado, por ejemplo en el Movimiento 15M, su fuerza en los debates que ocuparon el espacio que siempre ha defendido el anarquismo como propio: la calle, las plazas, etc., auténticas ágoras de la política viva.