Colaboración de Endika Alabort para Sare Antifaxista (Euskal Herria)
Hablar de la evolución socioeconómica de Euskal Herria (o de un territorio concreto) sin tener en consideración como les afecta a las diferentes clases sociales de este mismo territorio, nos puede llevar a realizar lecturas que, una vez se dirige la mirada a los sectores populares, pierden todo poder explicativo, al haber realizado un análisis de manera sesgada.
Si atendemos a la Comunidad Autónoma del País Vasco, resulta que ya en 2017 se había recuperado el nivel del Producto Interior Bruto previo a la Gran Recesión. Tras el shock económico de 2020, el siguiente año se volvió a recuperar el nivel de 2017. Para la Comunidad Foral de Navarra más de lo mismo. A falta de más explicaciones, podría parecer una buena dinámica económica frente a las crisis.
Sin embargo, hay que recordar que la vara de medir utilizada, el PIB, es un indicador tendencioso que deja muchos factores indispensables para el sostenimiento de la vida fuera del mismo, al margen de no tener en consideración toda la economía ilegal, que mueve miles de millones de euros al año. Es un indicador que lleva tiempo siendo criticado por las mismas economistas. El PIB es una idea abstracta que, después de medio siglo de discusión e intentos de estandarización, ha llegado a ser extremadamente complicada, a lo que hay que añadir que revisiones estadísticas pueden variar su resultado. Por lo que la interpretación de la situación económica basada en este indicador, para decir que la situación “ha mejorado” o que “se ha superado la crisis”, es un argumento poco convincente si no se tienen en consideración otros elementos importantes.
Cuando se habla del empleo, la noticia es que se “ha generado empleo”, pero pocas veces hablan de su duración, del tipo de jornada, del salario real que perciben los y las trabajadoras. Y esto sí que es importante para la gran mayoría de la población. En la que las mujeres siguen siendo las que trabajan con contratos de menos horas, sin que haya habido variaciones en este ámbito en los últimos 10 años. Tampoco hablan de que la mayoría de nuevos contratos indefinidos que se firman lo son a tiempo parcial. Además, en la gran mayoría de convenios colectivos la clase trabajadora ha perdido poder adquisitivo desde, al menos, 2008, y se siguen firmando por debajo de la subida del coste de la vida. También se olvidan citar que, con las reformas laborales de comienzos de la década de 2010, el despido se abarató para las empresas, algo que resultará clave con la nueva generalización del contrato indefinido tras la reforma laboral de diciembre de 2021.
Del desempleo, solo se dice que “desciende”, que hay “un tirón del empleo”. Sin embargo, entre el subempleo que no da para llegar a fin de mes, el paro que no se contabiliza y la cruda realidad de que la mitad de todas las personas desempleadas en Hego Euskal Herria no perciben prestación alguna, hace que citar la subida o bajada de número de personas registradas en los servicios públicos de empleo no explique mucha cosa. Se podría hablar de inestabilidad laboral que, según el informe FOESSA, los hogares en esta situación en Euskadi han pasado de ser 2,3% en 2018, a un 12,9% en 2021. Tampoco se tienen en cuenta al hablar de desempleo que, desde 2008, la pobreza severa se ha duplicado en el mismo territorio. Y la gran mayoría son personas o desempleadas, o subempleadas.
A todo esto hay que sumar la inflación que ha superado los dos dígitos. La primera propuesta que se hace es la de “pacto de rentas” (al currela no se le sube el sueldo, ya se mirará que hacer con los empresarios) o “moderaciones salariales”, otro engaño más para la clase trabajadora, con cómplices sindicales. Hay cuestiones que se están obviando: mientras los salarios no se han subido durante años, el coste de la vida seguía subiendo, cosa que no reflejaba el IPC general, pero sí el precio de la vivienda, la energía, la cesta de la compra, entre otros. Tras la pandemia, es cuando se ha acelerado, pero ya se partía de una subida durante años. Estas subidas a quienes más afectan son a quienes menos tienen. Y sí, la subida del IPC se irá moderando, pero el daño ya está hecho y viene de hace tiempo.
Ante esto, las propuestas económicas de los gobiernos y entidades supranacionales vuelven a la ortodoxia, tras parecer que, con las medidas de flexibilización de endeudamiento público de 2020-2021, se había abandonado la misma. Los Bancos Centrales están subiendo los tipos de interés para controlar la inflación, política claramente errónea y que viene a ser un tiro en el pie para la recuperación económica. Además, si los Bancos Centrales dejan de financiar al Tesoro Público de los Estados, el riesgo evidente de desplome económico y desempleo está a la vuelta de la esquina. En el Reino Unido ya se coqueteó con la idea, pero ante las turbulencias económicas de las últimas semanas, el Banco de Inglaterra se está dedicando a comprar deuda pública británica.
Aterrizando sobre este pequeño territorio, queda claro que los gobiernos hacen una lectura de clase de la situación económica. Omiten, obvian o marginan lo que sería una lectura global, haciendo una lectura sesgada de la situación. Porque es evidente que no les importan la situación de las clases populares, ni que la actual situación de crecimiento económico esté siendo acaparado por una pequeña élite, a cosa de la situación de los y las trabajadoras de este país. Que la situación no mejora para las personas que crean la riqueza, sólo para las que la están acaparando. Así se puede explicar la lectura que hacen de la evolución económica, de la situación del empleo o desempleo, o de las medidas para apoyar a las personas ante la inflación y la subida de los precios de la energía. Así es como se puede decir, sin complejo alguno, que prorrogar una medida como el de los descuentos al transporte es “caro”, mientras que el Tren de Alta Velocidad en la CAV, con sobrecostes del 54,7% y del que se esconde el coste real, es una “infraestructura necesaria”. Son gobiernos de clase (burguesa), y ejercen como tal. Sólo de esta manera se puede explicar el triunfalismo económico que transmiten.