Artículo escrito por Jon Las Heras. Jon es de Gasteiz, actualmente estudia un doctorado en Economía Política en la Universidad de Manchester. Más concretamente, su tesis trata sobre las diferentes estrategias sindicales ante la fragmentación del poder colectivo en la industria de automoción en España. Vivió durante dos años en Atenas (2010-2012) donde estudió un Máster bajo la tutela de Varoufakis y Tsakalotos entre otros. La foto es de una pared de la Facultad Politécnica de Atenas, barrio de Exarhia.
Los gobiernos de los países occidentales que profieran cualquier tipo de ideología, por lo general, intentarán implementar diferentes políticas económicas y monetarias para que la economía (el dichoso PIB) y los niveles de empleo crezcan (en buena parte porque la misma estabilidad del gobierno depende de estos dos factores). Esto no quiere decir que el Gobierno busque una mejor o peor distribución de la riqueza, ni siquiera que busque un mejor o peor tipo de empleo (como podemos ver en el sur de Europa); muy al contrario, los gobiernos que no pongan en tela de juicio los fundamentos del capitalismo (la producción de plusvalía y la apropiación privada de la misma por aquellos que poseen los medios de producción) intentarán asegurar, casi a cualquier precio, unas tasas de crecimiento económicas “saludables”. El “casi a cualquier precio” es obviamente relativo a la situación social, política y económica del país o región en cuestión.
Desde 2010 Grecia se enfrenta a un serio dilema. Teniendo en cuenta la actual estructura del Euro, siendo esta una unión monetaria carente de una unión política y fiscal efectivas (a diferencia de EEUU), el Gobierno griego ha tenido que negociar, o más bien aceptar, una serie de medidas socio-económicas que la Troika exigía para seguir recibiendo dinero del BCE (a través de sus bancos privados) y poder seguir así financiando su actividad ya que los mercados internacionales le prestaban dinero a unos tipos de interés demasiado elevados.
Tres problemas nacen de los memorándums que se firmaron en 2010 y 2012:
1. No se ha utilizado el Banco Central Europeo (BCE) como mecanismo para financiar los Estados miembro, lo que sí ocurre con el resto de países fuera del Euro que poseen banco central. En contraposición, se han utilizado una serie de “artefactos institucionales” de dudosa legalidad y efectividad (como el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera o el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad) en los que los países soberanos ponían dinero en un fondo común para financiar el rescate y eximir cualquier tipo de responsabilidad al BCE.
2. La mayor parte de la ayuda financiera (alrededor de un 90%) no ha sido utilizada para financiar las políticas públicas del estado y mejorar su situación social y económica, sino para pagar la deuda contraída con los bancos europeos. De esta forma, ha habido una transferencia del dinero público europeo a las arcas de los bancos privados europeos (primordialmente Franceses y Alemanes) que estaban en una situación difícil a raíz de la crisis financiera del 2008, dejando en un segundo plano las necesidades básicas de la población griega.
3. El gobierno griego, tras someterse a los memorándums, firmó oficialmente una importante pérdida de la soberanía nacional para otorgársela a unas instituciones ajenas, poco democráticas y opacas (como pueden ser el BCE o el FMI). Es decir, Grecia ha otorgado de facto el control a terceros sobre la delineación de las políticas socio-económicas más importantes del país a cambio de un dinero que no se quedaba en el país.
¿Pero, por qué iba nadie en su sano juicio a firmar semejante contrato que empobrece y aliena a la sociedad griega?
Habría que matizar la situación de los gobernantes que se enfrentaban a tal dilema durante las negociaciones con la Troika mientras que la población (violenta o no) eran continuamente asfixiada con ingentes cantidades de “lacrigono” (o gas lacrimógeno). A la hora de firmar dichos acuerdos, Andreas Papandreou (incluso a costa de su mandato como presidente “socialista”) mantuvo la esperanza de que es mejor “salir vivo” del impasse con la esperanza de mejorar la situación en el futuro, antes que salir del Euro y someter a Grecia a un futuro incierto y arriesgado fuera del “abrigo” del Euro y, muy posiblemente, de Europa. En 2010 y 2012 el gobierno griego aceptó las políticas neoliberales de la Troika, haciendo o no el esfuerzo de autoengañarse sobre la viabilidad de las mismas.
La teoría económica (ortodoxa y quizás no tan ortodoxa como luego veremos) presenta así su Teorema de Marshall-Lerner o la famosa “J curve” (curva de J) como solución a los problemas de Grecia. El economista y anterior ministro de finanzas a Varoufakis, Yanis Stournaras, no hizo más que publicitar durante su mandato “la lógica aplastante” de este teorema y sobre la necesidad de que los griegos “tuvieran fe” en las políticas de austeridad. Un recorte en las rentas salariales y políticas fiscales era la única forma de recudir costes para recalcitrar la competitividad de un país maltrecho y poder pagar así la deuda.
El teorema explica a grandes rasgos que si un país devalúa su moneda lo suficiente:
A. Inicialmente la demanda interna (consumo, inversiones y gasto público) se contraerá y, por lo tanto la economía en general (PIB) también, ya que el valor de las exportaciones será menor y el valor de las importaciones será mayor. Esto ocurre porque, dicho de alguna manera, después de devaluar necesitas más dracmas para comprar el mismo número de euros.
B. Ya que importar mercancías es más caro que antes, la gente dejará de consumir tantos bienes del extranjero y “corregirá sus hábitos de consumo” por productos nacionales. Esto empuja la producción e inversión nacionales.
C. A su vez, la “economía se hará más competitiva” ya que es más barato producir para el resto del mundo que importar del resto del mundo, por lo que las empresas (nacionales o a través de inversión extranjera) empezarán a producir más en el país y se exportará más.
Digamos que la devaluación se presenta como un reset para poner la economía nacional en equilibro con los mercados internacionales. Inicialmente, el PIB baja por el proceso “A” para posteriormente empezar a crecer en el mediano y largo plazo debido a los procesos “B” y “C”, de ahí la denominada “J curve” (véase el gráfico siguiente).
Pero, y he aquí la cuestión, debido a que dentro del Euro no se puede devaluar la moneda (llamado devaluación externa) excepto si lo hace todos los países del Euro a la vez, la única forma de implementar la “J curve” en un único país es a través de una devaluación interna: bajadas salariales y reducción de gasto público para que los precios se devalúen dentro del Euro.
Este proceso es más doloroso porque:
1. Por una parte, son los propios trabajadores los que de alguna forma tienen que pactar las reducciones salariales (o ya sea por decreto del gobierno), lo cual lo hace todo un proceso más lento y problemático que “apretar un botón” que devalúa todos los precios automáticamente;
2. Por la otra, la reducción de precios impacta mayormente sobre los salarios y no sobre los beneficios del capital. En una devaluación externa los beneficios empresariales también se ven sometidos a una reducción de su valor debido a que los productos también se venden mucho más baratos en el extranjero. En el caso de la devaluación interna, los precios no tienen por qué bajar tanto mientras que los salarios se bajen lo suficiente. En el caso de la devaluación interna, los beneficios de las empresas aumentarán sin que por ello la economía sea “más competitiva”. O dicho de otra manera, la devaluación externa distribuye más las perdidas entre capital y trabajo que la devaluación interna donde directamente el lastre se lo llevan los salarios. Para el capital nacional griego quedarse dentro es a priori mejor que salirse del Euro.
Como se puede observar en la gráfica superior, las predicciones económicas de la “J curve” de los memorándum de 2010 y 2012 fueron catastróficas. Las políticas neoliberales (reducción de los empleados públicos, bajada de sueldos masiva, reducción de las pensiones, reducción del gasto público y aumento de los impuestos indirectos, privatización de activos públicos y la liberalización del mercado de trabajo) no han hecho más que recrudecer el problema. Todo esto sin tener en cuenta el empobrecimiento de la clase trabajadora. La demanda interna (es decir lo que se produce y consume dentro del país) ha colapsado y las exportaciones no han subido lo suficiente como para contrarrestar tal caída. La deuda Griega externa, y pese a los recortes que han sido otorgados, ha aumentado debido a que su economía se ha hecho mucho más pequeña, por lo que hay que pagar (aunque menos que al principio debido a las ya aplicadas quitas de deuda) mucho más en proporción a lo que se produce en el país. Es por esto que la deuda es “insostenible” ya que no existen recursos suficientes internos para pagarla en los plazos estipulados.
Syriza entra en 2015 al gobierno con una estrategia contestataria y renovadora. Se presenta como el punto de inflexión que los griegos necesitan para escapar de toda esta asfixiante situación. Ya basta de austeridad, ya basta de devaluar salarios y empeorar las condiciones de los trabajadores en pos de un crecimiento económico que nunca llega. La “J curve” se presenta como una falacia para todas aquellas personas que perdieron fe en el discurso de “esperar, que pronto llegaremos al nivel de flotación”. Mientras que la economía griega se hundía, los sueños y proyectos de muchas personas se ahogaban bajo el Egeo.
Así pues, Syriza presenta como indispensable una restructuración y quita parcial de la deuda, a la vez que defiende la construcción de un programa europeo de inversiones. Syriza pide a Europa un gesto de solidaridad internacional histórica para que: los griegos mejoren con inmediatez sus condiciones de vida y puedan a la vez invertir en proyectos que generen riqueza en el país, y, para que en un futuro no muy lejano, se empiecen a construir las bases de un proyecto socialdemócrata europeo que proteja a los ciudadanos de todos los países miembro ante de las contingencias del sistema capitalista.
Pero para ello, y antes de nada, es necesario cambiar las inmediatas reglas del juego y la lógica de los actores e instituciones que intervienen en la crisis griega. Durante el último medio año, Varoufakis y compañía, han negociado con los representantes europeos con uñas y dientes la necesidad de cambiar el modelo de crecimiento griego y europeo. El portazo de la Troika a tal programa político y económico a finales de Junio pusieron a Syriza ante el mismo dilema que sus antecesores gobiernos. ¿Memorándum o Grexit?
El plan de crecimiento Keynesiano de Syriza fue rechazado con rotundidad y sólo dos opciones quedaron sobre la mesa. Un tercer memorándum (Memorándum IIIa), que venía a ser más de lo mismo o el “Grexit”. Syriza convocó un referéndum sobre el memorándum. Las bolsas Europeas cayeron, la confianza en el Euro se redujo, el rescate griego se debatió por primera vez en el Parlamento europeo y la Troika ofertó otro nuevo memorándum con mejores condiciones que el anterior mientras imponía un “corralito a medias” a los bancos griegos al darles muy poca liquidez. A pesar de las negociaciones dentro de este clima de presión, la votación tuvo lugar el 25 de junio. El resultado, un exitoso “NO” a las políticas de austeridad y al miedo infundado por el resto de países del Euro. La Troika respondió con inusitada animadversión al referéndum con “más y peor” austeridad (Memorándum IIIb).
Como muchos críticos sugieren, ni el plan IIIa, y mucho menos el plan IIIb, han sido diseñados para que Grecia los implemente en su totalidad. Hasta el propio FMI niega la viabilidad de los mismos. Estos memorándums son criticados como planes encubiertos para generar una situación cada vez más insostenible y forzar a Grecia salir del Euro, para no tener que enfrentarse continuamente al dilema que Syriza les ha planteado: la necesidad de construir una política fiscal Europea. Para Schäuble, si son capaces de echar a Grecia, sería una espléndida señal para el resto de países que quisieran salirse de los límites prestablecidos. Véase de otra forma, a Grecia se le imponen todas las medidas que los tecnócratas neoliberales europeos puedan concebir para que el Keynesianismo y la socialdemocracia a la antigua usanza no nazcan, ni puedan volver a nacer, en Europa.
Teniendo en cuenta todo esto, es aquí donde el dilema de la “J curve” recobra fuerza y se le presenta de forma más cruel a los dirigentes de Syriza. ¿Cuánto de perjudicados vamos a salir si nos quedamos dentro del Euro o decidimos salirnos? Pero hay un error que cometió Syriza para legitimar su estrategia: la pregunta del referéndum del 25 de junio se ceñía únicamente sobre el plan que la Troika había ofertado al gobierno Griego (memorándum IIIa). Nada más. El rechazar el plan de la Troika era un símbolo de resistencia y valentía ante las amenazas de la Troika y el capital global, la mayor parte del pueblo griego quiso clamar por su dignidad y plasmar su rechazo a la austeridad. El problema de la pregunta que se planteó es que, aunque cargada de simbolismos, no era lo suficientemente clara y no definía de forma explícita la multiplicidad de posibilidades que todavía podían ocurrir.
Por ejemplo: ¿votar “NO” implicaba rechazar cualquier imposición de la Troika y, en última instancia, estar a favor del “Grexit a cualquier precio”? O, en su defecto: ¿el “NO” era un “NO pero sólo como condición para que reafirmemos nuestra postura en las negociaciones dentro del Euro”? Lo que la mayoría de los líderes de Syriza han planteado desde siempre, y en contraposición al Partido Comunista Griego (KKE), era un clarísimo “NO” al memorándum y a la austeridad pero, paralelamente, un clarísimo “SÍ” a Grecia dentro de Europa. ¿Una contradicción teniendo en cuenta la disposición del resto de países? Como se ha visto más tarde, el “SÍ” ha ganado al “NO” en el parlamento, y este “SÍ” a Europa venía acompañada de la nueva situación que se les planteó con el memorándum IIIb: un “SÍ y a cualquier precio”.
El dilema de la “J Curve” empuja al gobierno de Syriza a la misma situación que se enfrentaron los gobiernos anteriores sin que el referéndum fuera un referente de la voluntad popular real ¿Qué futuro es más incierto: memorándum o Grexit? ¿Cuánto estamos dispuestos a arriesgar y a perder para mantener nuestra soberanía nacional? ¿Qué otros factores socio-económicos e imprevistos pueden entrar en juego en cualquiera de los casos (un golpe de estado coordinado por los bancos, la iglesia y el sector militar reaccionario)? Son estas preguntas las que atormentaban a los parlamentarios griegos de Syriza y las que, desgraciadamente, no tienen respuesta alguna. En este caso, el “SÍ” ha optado por un “más bueno lo malo conocido que lo bueno por conocer” que arriesgarse a un “NO” y una inminente salida del Euro.
Ante este dilema que difícilmente puede encontrar una respuesta simple y directa, tanto el actual ministro de finanzas Tsakalotos que votó por el “SÍ”, como el anterior Varoufakis que votó por el “NO”, se han mostrado muy comprensivos. Ninguno de los dos ha defendido que ninguna de las opciones fuera la “más responsable” o la “más radical”, ya que el querer arriesgarse por algo nuevo e incierto no tiene por qué ser más de izquierdas (véase Amanecer Dorado acechando en la trastienda).
La viabilidad económica del Grexit asume implícitamente otro modelo de la “J curve” en la que existe la esperanza de que Grecia, en algún momento, vuelva a crecer: ¿Cuándo?, ¿Cuánto? y ¿Cómo? son preguntas de difícil respuesta. La capacidad de Syriza de articular un “Plan B” podría ser objeto de múltiples cavilaciones que nos llevaran fuera del presente artículo. Syriza, o mejor dicho Tsipras, saltándose el simbólico “NO” del referéndum, y pasando por encima de las importantes discrepancias dentro del partido, no ha tomado dicho camino y ha preferido morder el anzuelo de una “J curve más segura”, alargando e incrementando la asfixia de su sociedad, con la única esperanza de que en Europa la situación política cambie antes de que sea demasiado tarde. Puede que, irónicamente, Tsipras haya tomado apuntes de la propia mitología griega que como sugiere, una vez abierta la caja de Pandora y desatada la tempestad sobre la faz de la tierra, la esperanza todavía es lo último que se pierde. Seguro Tsipras ¿no?
Epílogo:
Sería adecuado subrayar la crítica que Krugman ha hecho al gabinete de Syriza. ¿Si han presionado a la Troika hasta tal punto no era porque tuvieran un “Plan B”? ¿Y si no lo tenían, cómo han osado enfrentarse a la Troika de manera tan abierta y arriesgarse una expulsión no controlada del Euro? El plan de Varoufakis de emitir “deuda griega dentro del Euro” de manera improvisada fue rechazado dentro del partido y también criticado por otros economistas debido a su dudosa viabilidad. Quizás sea por esto que, después de haber dado un paso en falso, la Troika haya decidido aleccionar severamente la “subversión” de Syriza. Es más, la actual falta de legitimidad dentro de su partido así como en la calle para firmar un acuerdo que el mismo Tsipras duramente criticaba una semana antes, pone en entredicho todo su gobierno y plan estratégico. Es muy probable que haya elecciones pronto.
¿Que es posible que ocurra? Debido a la torpeza a la hora de calcular “la correlación de fuerzas” así como de no entender los “límites coyunturales” (Syriza ni tenía realmente apoyos estratégicos en las negociaciones ni tampoco controlaba los mecanismos macroeconómicos que le permitieran cierta soltura para actuar independientemente), límites a los que cualquier estrategia política subversiva se ve sometida de alguna u otra forma hoy día, el aleccionamiento de Syriza es contraproducente para otras posibles “incipientes estrategias radicales” dentro de Europa (véase Podemos o las alcaldías de unidad popular). Especialmente porque el resultado del Memorándum IIIb será utilizado como símbolo de que “portarse bien trae mejores resultados que portarse mal, ¿no habéis visto lo que le ha pasado a los griegos?”. Aquellos países que decidan poner en entredicho la hegemonía neoliberal se las verán con la Santísima Trinidad o, mejor, prefiramos agachar la cabeza y sigamos los pasos que nos ha marcado la Troika tanto nos guste como si no.
Quizás este evento histórico sirva como lección a los movimientos sociales y políticos que quieren acabar con la hegemonía del capital financiero y el capital transnacional así como con el despotismo de los estados capitalistas: el enemigo nos atacará duro en cuanto pueda, sin remordimientos, estemos preparados pues para esquivar sus ataques mientras no seamos lo suficientemente fuertes, organicémonos para crecer en número y entrenémonos para perfilar mejor nuestras armas, entendamos mejor el campo de batalla y la correlación de fuerzas, testemos las defensas del enemigo para saber dónde flaquea pero con calma, sin tener prisa, ataquemos con fiereza cuándo sepamos que el enemigo sea débil y la victoria esté más de nuestro lado que del suyo.
En mi opinión, y por más rabia que me dé, todavía vivimos en un momento histórico en el que hay que tener cierta paciencia, aún nos quedan pasos por dar antes de que podamos correr libres ¡Cuán difícil es siquiera implementar un programa de reformas socialdemócrata en Europa! Cometer errores garrafales no solo nos debilitará con respecto al contrincante sino que alargará la agonía de la lucha. Aprendamos de los errores y pensemos qué podemos conseguir en el corto y medio plazo, e imaginemos cómo tendremos que estar organizados y en qué condiciones para que en el futuro no tan lejano los golpes sean más duros y más certeros. Para que nuestra lucha coseche frutos bellos y llenos de vida. Si no medimos nuestros actos con precisión, podremos debilitarnos más derrota tras derrota, siendo el precio de alguna de estas quizás demasiado caro.
En cualquier caso, toda mi solidaridad con el pueblo griego y las compañeras que con tanta valentía han mirado a los ojos y desafiado a la bestia que corroe nuestras vidas. A todas ellas que viven la asfixia de los Memorándums y quieren respirar hondo les dedico estas palabras.