A partir de fines del año 2001 y comienzos del 2002, sectores de la clase obrera argentina protagonizaron una experiencia de lucha muy singular. La ocupación de empresas y la puesta en producción sin patrones. En un contexto de crisis económica, alto nivel del índice de desocupación, quiebras de empresas y despidos masivos, miles de trabajadores se organizaron para mantener sus fuentes de trabajo.
La crisis económica y política
Entre 1997 y 2001 en la Argentina estalló una fuerte crisis económica que impactó fuertemente en el bloque en el poder. Esta crisis estuvo coronada por la rebelión popular de los días 19 y 20 de diciembre que, enfrentando el estado de sitio, produjo la renuncia del presidente Fernando De la Rúa y la apertura de un proceso de acefalia en el poder ejecutivo de la república [1], y una avanzada de la lucha popular. Esta rebelión puso fin a una serie de gobiernos de corte neoliberal en el país, a la vez que produjo un avance en la lucha popular: asambleas barriales, movimientos de trabajadores desempleados y la recuperación de fábricas y empresas por los trabajadores.
Durante la década del 90 en la Argentina se había impuesto un modelo económico basado en la “converibilidad” de la moneda. Esto significa que 1 peso equivalía a 1 dólar americano. Claramente, la única manera de mantener esta paridad era el crédito externo. Cuando a partir del 97 se encareció el crédito, la economía argentina entró en una fuerte recesión. Si bien el modelo económico había generado una alta tasa de desocupación (superior al 10%), la crisis disparó la desocupación a más del 25%. Numerosas empresas quebraron llevando a más trabajadores a la calle. La respuesta del gobierno, siguiendo los consejos del FMI y del BM fue aplicar recortes en el presupuesto nacional, que empeoraron la situación del pueblo. Para 2001, la Argentina dejó de ser un paraíso para las inversiones financieras, con lo que muchos capitales abandonaron el país. La respuesta del gobierno consistió en congelar los depósitos bancarios de los ahorristas, situación que a la larga constituyó una expropiación a los trabajadores y sectores medios para salvar al sistema bancario.
Ante esto, la burguesía se dividió en torno a dos programas para superar la crisis. Una parte buscaba abandonar la “convertibilidad”, devaluando la moneda, para hacer a la producción local más competitiva a nivel mundial. La otra parte buscaba adoptar el dólar como moneda de curso legal, haciendo a la economía local más dependiente de la economía norteamericana.
La situación social se volvió intolerable en diciembre de 2001. La congelación de los depósitos bancarios impedía a los trabajadores disponer de su salario. La falta de dinero circulante aceleraba el proceso de quiebras y la desocupación aumentaba. Fue así como para el día 15, en los barrios pobres de las grandes ciudades comenzaron los saqueos a comercios. La respuesta del gobierno fue la declaración del estado de sitio (estado de emergencia), suspendiendo las garantías constitucionales de la población la noche del 19 de diciembre. Al terminar la transmisión del mensaje presidencial por cadena nacional, la población de las grandes ciudades comenzó a ganar las calles, golpeando las cacerolas coreando “¡Qué boludos, qué boludos! ¡El estado de sitio se lo meten en el culo!” o “¡Qué se vayan todos, qué no quede ni uno solo!”, pidiendo la renuncia del ministro de economía, del presidente y de todos los políticos. Así comenzó la rebelión popular, de características insurreccionales, que acabó con la presidencia de Fernando De la Rúa.
La movilización popular
Los meses siguientes a la caída de De la Rúa la Argentina estuvo sumida en un proceso de avance de las organizaciones populares y sus reivindicaciones. Es de destacar el surgimiento de las Asambleas Vecinales y el protagonismo ganado por el Movimiento piquetero (o de Trabajadores Desocupados/Desempleados).
Las Asambleas Vecinales surgieron en las primeras semanas luego de la caída de De la Rúa. En casi todas las plazas y esquinas importantes de las grandes ciudades miles de vecinos se reunieron por primera vez en años. Se discutía política, se organizaban las acciones callejeras (movilizaciones, escraches), así como se buscaba, por medio del apoyo mutuo atender a las necesidades de los vecinos desempleados. También consiguieron establecer Asambleas Interbarriales que sesionaban semanalmente para coordinar acciones conjuntas.
Por otro lado, el movimiento piquetero, que había surgido en 1997, organizando a trabajadores despedidos tras la privatización de la empresa petrolera estatal en la Patagonia y el noroeste del país, en lucha para conseguir empleo y subsidios que permitieran paliar la situación de desempleo, alcanzó una proyección nacional. Para 2001, los pobres y desocupados de las villas miserias (favelas) del centro político del país, la Ciudad de Buenos Aires, también estaban organizados y movilizados. El gobierno transicional de Eduardo Duhalde, electo por la Asamblea Legislativa (que reúne a la cámara baja y la cámara alta) el 2 de enero de 2002, debió ampliar los subsidios a la desocupación para intentar calmar los ánimos de los millones de trabajadores sin empleo, consiguiendo en su lugar el crecimiento de las organizaciones reivindicativas de esos proletarios. Además, emprendieron proyectos productivos para, por medio de prácticas autogestivas y cooperativas, conseguir puestos de trabajo.
Las organizaciones piqueteras se convirtieron así en un actor político de suma importancia en aquellos años, articulando alrededor de sí a las reivindicaciones populares de distintos sectores y demostrando un alto poder de movilización y presión contra el gobierno. En los primeros meses de 2002 se estableció una fuerte alianza entre las asambleas de origen urbano, conformadas mayoritariamente por sectores de clase media y los desempleados de los suburbios de las ciudades, que se expresó en la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Las ocupaciones de fábricas
Es en este contexto de crisis económica y movilización popular que se produjo uno de los fenómenos que más llamó la atención a la militancia anticapitalista en todo el mundo: el proceso de ocupación de fábricas y empresas y la puesta en producción por sus trabajadores sin patrones.
Si bien este proceso fue novedoso en la Argentina, no deja de tener importantes lazos con las tradiciones y metodologías de lucha de los trabajadores. La táctica de la ocupación de fábricas tiene larga data en el país. El antecedente más importante en tal sentido fue impulsado por la CGT (Confederación General de Trabajadores) en el año 1964. En una jornada fueron ocupados por los trabajadores los 10.000 establecimientos fabriles más importantes del país con una precisión miliciana. La conducción de esta medida era burocrática y actuaba con una lógica de golpear y negociar para acumular poder corporativo dentro del sistema y no para generar una ruptura del sistema. Pero la medida asustó tanto a la burguesía y a los propios burócratas sindicales que el plan de lucha, organizado en distintas etapas, fue abortado a la mitad.
La ocupación del lugar de trabajo fue también una medida de resistencia a dictaduras o intentos de privatización: por ejemplo, toma del frigorífico Lisandro de la Torre (que se realizó para evitar la privatización del mismo y produjo una fuerte insurrección obrera en el barrio en que se ubicaba), toma de la empresa textil Alpargatas durante la última dictadura militar o la toma de la obra de la Represa del Chocón, etc.
Existen también medidas intermedias que también tienen un arraigue y una historia en el movimiento obrero argentino: la huelga con presencia en el lugar de trabajo, por ej., es una derivación moderada de la "ocupación" lisa y llana de la fábrica. Pero tras la crisis de 2001 apareció el hecho novedoso: los trabajadores ocupaban la fábrica quebrada para resguardar sus puestos de trabajo y ponerlas a producir sin patrones.
La mayoría de las veces, las ocupaciones comenzaban como medidas preventivas. Los trabajadores buscaban impedir por este medio, que los empresarios retiraran las maquinarias, mercancías y materias primas antes de declarar la quiebra. Si esto sucedía, las empresas serían insolventes, y evitarían pagar los salarios adeudados y las indemnizaciones por despidos, por no contar con bienes que pudieran ser rematados para saldas sus deudas.
Sin embargo, pronto empezaron a poner las plantas en producción. Tuvieron como antecedente la ocupación de la empresa IMPA (Industria Metalúrgica y Plástica Argentina), que desde 1996 estaba ocupada y cuyos trabajadores habían empezado a autogestionar, luego de resistir durante semanas y hasta meses, en los cuales debieron emprender una fuerte lucha política y jurídica. En este punto fue esencial la solidaridad prestada por los vecinos, las asambleas y los piqueteros que permitieron realizar movilizaciones masivas para conseguir la tenencia de las empresas y los derechos de explotación de las mismas. En la mayoría de los casos, no consiguieron el apoyo de las direcciones gremiales, burocráticas y amarillas (propatronales), aunque en algunos casos puntuales, algunas seccionales sindicales también apoyaron las ocupaciones. El caso más resonante, pero no el único, es el de Zanón (actualmente llamada FaSinPat, Fábrica Sin Patrón), donde los trabajadores habían conseguido recuperar las estructuras sindicales (primero de base, luego el sindicato) de las manos de la burocracia, constituyéndose en una organización clasista (de lucha de clases).
El mecanismo habitual de la recuperación de las empresas se puede esquematizar del siguiente modo. Primero, se ocupaba la empresa para evitar el vaciamiento de stocks de mercaderías y bienes de capital, para enfrentar el lock-out o para reclamar por el pago de salarios adeudados. A continuación, se decidía poner la planta en producción, como forma de cobrarse las deudas patronales. Para esto, los trabajadores se constituían en cooperativas de trabajo y emprendían la lucha legal para conseguir que se les adjudicara el derecho a la explotación de la empresa. La mayoría de las veces, consiguieron en primer lugar derechos temporales para la explotación (2 años o más), pero no los derechos de propiedad, por lo que debieron emprender nuevas luchas para conseguir la expropiación de las empresas y que luego se les adjudicara la propiedad. Estas luchas han llegado a durar años, como en el caso de la empresa productora de cerámicas Zanón.
Pero este camino de luchas fue muy largo y duro. El contexto de movilización popular y la crisis política y de dominio burgués y estatal fueron las condiciones que permitieron que estas reivindicaciones se consiguieran. El gobierno estaba fuertemente debilitado y no podía impedir la ocupación de fábricas.
Sin embargo, no debemos creer que una vez conseguido el marco legal para la explotación de las fábricas los problemas estaban superados. Ahora debían enfrentarse problemas tan profundos como los otros, pero de carácter comercial. Las empresas recuperadas muchas veces habían sido vaciadas. No tenían stock de insumos ni de productos terminados. Muchas veces los patrones ya habían retirado parte importante de la maquinaria. En otros casos, el hecho de haber permanecido cerrados durante meses produjo el daño de las maquinarias. Esto pasó en varias fábricas de vidrio o metal, donde los hornos se arruinaron por permanecer apagados. Además, por las grandes deudas, tenían cortados sus canales de proveedores y la provisión de energía o agua, y por la inactividad habían perdido a importantes clientes. El acceso al crédito a estas empresas era nulo.
Tampoco debemos olvidar que se trataba de empresas que habían quebrado por su incapacidad para competir en el mercado capitalista. Muchas de las empresas tenían tecnología obsoleta y estaban descapitalizadas. Con lo cual, en la mayoría de los casos, el comienzo de la actividad estuvo basado en fuertes dosis de autoexplotación para comenzar el proceso de capitalización. Muchas veces, los trabajadores debían trabajar largas jornadas sin poder realizar ningún retiro de dinero, para poder comprar nuevas mercaderías, y porque no podían utilizar sus maquinarias, teniendo que producir de manera casi artesanal.
Características de las empresas sin patrón
Según el estudio realizado por el colectivo de periodistas de lavaca.org, en 2007 había 163 empresas funcionando sin patrón [2]. Los rubros de las empresas son de los más diversos. Básicamente, hay tanto empresas de servicios (informática, supermercados, periodismo, escuelas y jardines de infantes, etc.) como empresas productivas (construcción, autopartes, alimentación, hidrocarburos, plástico, vidrio, etc.). En general son empresas pequeñas y medianas, con una mayoría de empresas con alrededor de 50 socios, aunque los extremos van de los 10 socios para el caso de las más pequeñas y 500 para las más grandes. Por lo que estamos hablando de la ocupación de una fracción minoritaria de las empresas argentinas. En cuanto a las formas de organización, todas han tomado la forma legal de cooperativas. En este sentido, la ley que regula las cooperativas es muy restrictiva en los aspectos organizativos, ya que impone la existencia de una comisión administrativa y un presidente. Este presidente tiene poderes casi plenos en su ejercicio, debiendo rendir cuentas del ejercicio anual a los asociados en asambleas ordinarias una vez al año. Sin embargo, más allá de esta cobertura legal, la mayoría de las cooperativas han adoptado de hecho otras formas de organización, que garantizan la participación del pleno de los asociados en los más diversos aspectos de la vida de la empresa.
Por otro lado, en la mayoría de los casos la se busca que el reparto de los beneficios sea igualitario entre todos los trabajadores. En los casos en que hay diferencias salariales, son mucho menores que en otras empresas de la misma rama. En los casos en que las empresas sin patrón debieron tomar nuevos asociados, en muchos casos lo han hecho entre activistas que apoyaron la ocupación desde el primer momento. Es el caso de la ceramista FaSinPat, que en los primeros años de la gestión obrera experimentó un fuerte crecimiento de la producción teniendo que incorporar nuevos asociados. Muchos de ellos eran miembros del Movimiento de Trabajadores Desocupados, que acompañaron a los trabajadores durante la ocupación, en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y en las movilizaciones exigiendo la expropiación de la planta. Un último elemento a destacar es que muchas de las empresas recuperadas diversificaron las actividades que realizaban, buscando superar el hecho de ser meros centros productivos de mercancías. Así, en muchas empresas recuperadas funcionan centros culturales, bibliotecas, salas de atención primaria de salud, escuelas, etc. Esta diversificación fue una táctica muy útil a la hora de conseguir apoyos en las comunidades, así como una forma de gratitud al apoyo recibido. De este modo, las empresas recuperadas experimentaron una importante transformación, ocupándose de distintos aspectos de la vida social de los barrios.
El debate: ¿cooperativas o control obrero?
Un importante debate, de carácter estratégico se dio en el seno de la izquierda y del movimiento de empresas recuperadas. El problema a resolver era cómo debían organizarse estas empresas en el marco del sistema capitalista. La solución más difundida ha sido la conformación de cooperativas. Esta forma, que reviste caracteres jurídicos precisos, permitió dar un marco legal y avanzar en la explotación de las empresas.
Sin embargo, como ya hemos dicho, el Estado argentino prevé una importante injerencia en la vida orgánica de las cooperativas. Si en la lucha, todos los trabajadores estaban en pie de igualdad, decidiendo en asambleas cómo llevar adelante la lucha, la ley de cooperativas en la Argentina establece un mecanismo organizativo basado en la representación que aleja a la totalidad de los asociados de la gestión cotidiana de la empresa. Este primer obstáculo fue superado de hecho por muchas de las empresas sin patrón, que tomaban formalmente la personería de cooperativas pero que constituyeron mecanismos democráticos de gestión.
Pero en el capitalismo las cooperativas deben enfrentar problemas más importantes. El proceso de competencia entre las empresas obligan a los patrones a introducir cambios en las formas de producir, aumentar los ritmos de trabajo, incorporar maquinaria, despedir trabajadores, etc. Como puede verse, la producción para el mercado está en conflicto con los intereses de los trabajadores. No sólo por lo que se produce, sino que también por cómo se trabaja en las empresas para producir. Por esta razón, los trabajadores de algunas empresas recuperadas elaboraron otro modelo de organización, conocido como “el control obrero”. Esta modalidad implica el control por el pleno de los trabajadores de la totalidad del proceso productivo. Está acompañada una modalidad organizativa que parte de las asambleas de base de cada sección de la empresa, la elección democrática y directa de representantes para consejos u otros organismos, la revocabilidad de los mandatos por la asamblea, el control permanente entre la base obrera y sus representantes, la promoción de la función dirigente en todos los interesados y la proyección de la práctica del control en la fábrica hacia el dominio de la sociedad. Esta modalidad está acompañada además de la reivindicación de la nacionalización de las empresas [3]. Sin embargo, la forma predominante es la cooperativa (más del 90% de las empresas recuperadas), mientras que el 4,7% ha adoptado las forma de Sociedad Anónima o de Sociedad de Responsabilidad Limitada y sólo el 2,3% la de control obrero.
El kirchnerismo y la reconstrucción de la hegemonía burguesa
La elección del presidente interino Duhalde a principios de 2002 marcó el comienzo de la reconstrucción del dominio burgués en tras la crisis. Con la devaluación de la moneda se puso fin a 10 años de la política de convertibilidad, imponiéndose una fracción de la alta burguesía que buscaba generar mejores condiciones para competir en el mercado mundial. Fue derrotada la otra fracción burguesa, representada principalmente por el capital financiero y las empresas de servicios públicos privatizadas durante los años noventa, que buscaba la adopción del dólar como moneda.
Sólo faltaba disciplinar al pueblo que seguía luchando, movilizándose y organizándose. Para esto, el gobierno utilizó una doble táctica: por un lado, la represión, por el otro, la anulación de movimientos sociales por medio de la cooptación o la anulación política. La represión fue salvaje, y se cobró la vida de dos jóvenes referentes (Maximiliano Kosteki y Darío Santillán) del movimiento piquetero el día 26 de junio de 2002, cuando los trabajadores desocupados lanzaron un plan de lucha que buscaba cortar los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires.
Si bien la represión causó el llamado precipitado a elecciones presidenciales, también implicó el comienzo de la decadencia del movimiento piquetero. Las asambleas, que fueron tan activas durante el verano de 2002, comenzaron a languidecer. La falta de objetivos concretos, la falta de experiencia y una situación económica que empezaba a normalizarse, fueron algunos de los factores que produjeron su reflujo.
Fue a Néstor Kirchner, quien asumió la presidencia de la Nación el 25 de mayo de 2003, a quien le tocó recomponer el dominio del Estado. Ex gobernador de una provincia del extremo sur del país, desconocido para muchos, en un contexto de fuerte rechazo hacia los partidos políticos y en base a un discurso de oposición al neoliberalismo, de condena a las violaciones de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar (1976-1983) y de reivindicación de la militancia política de intencionalidad revolucionaria de la década del setenta, consiguió un fuerte apoyo popular, particularmente de los organismos de derechos humanos (entre ellos las madres y abuelas de plaza de mayo), movimientos sociales, intelectuales, etc.
La recuperación de la economía (en estos años, la economía creció a un ritmo de entre 7 y 9% anual), la creación de nuevos empleos, acompañados la mayoría de las veces de largas jornadas de trabajo y fuerte precariedad laboral, la aplicación de planes sociales contra la desocupación y la pobreza sirvieron también para apagar gran parte de la rebeldía de las jornadas de 2001. Poco queda de aquél movimiento, que golpeando cacerolas y enfrentando a la policía, cantaba en la calles “¡Qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.
Esto no quiere decir que la movilización popular se haya agotado. Pero sí se ha transformado. La gran mayoría se canaliza hoy en día por canales institucionales, y si bien todavía no se ha reconstruido el sistema bipartidista característico de la Argentina, los partidos políticos del régimen han recuperado parte importante de su protagonismo. Por otro lado, la mayoría de las organizaciones piqueteras se alinearon con el gobierno. Aquellas que no lo hicieron perdieron gran parte de su influencia y presencia en la política nacional. Estas organizaciones dependían para funcionar de los recursos del Estado y el gobierno, fortalecido, sólo destina fondos a los movimientos afines.
La crisis internacional de 2008 y nuevas ocupaciones
En este contexto político de fortaleza del Estado y su gobierno se produjo la crisis financiera internacional a mediados de 2008. En aquél momento se produjeron nuevas quiebras de empresas. Pero no fueron tan generalizadas. El Estado contaba con suficientes reservas como para afrontar la crisis económica. Así, el año 2009 se produjo una reducción en el crecimiento de la economía, pero no una recesión.
Se produjeron algunas quiebras mientras algunas empresas se declararon en situación crítica. Los trabajadores ocuparon esas plantas, pero el gobierno, lejos de permitir la proliferación de recuperación de empresas realizó salvatajes de las empresas por medio de préstamos o las intervino con la intención de sanear sus finanzas para después devolverlas a sus dueños. Esto es lo que sucedió con las empresas más grandes. Mientras que algunas empresas pequeñas declararon la quiebra (en muchos casos fraudulentas, provocadas adrede por los dueños) y sus trabajadores las ocuparon con la intención de ponerlas a trabajar sin patrón. En estos casos, la recuperación de las empresas fue más dificultosa. Si entre 2002-2003 las recuperaciones debieron enfrentar a un gobierno debilitado, que intentaba recomponer su autoridad, y el poder judicial se veía superado por la movilización popular, ahora debían enfrentar un enemigo fortalecido en condiciones de mayor aislamiento. Además, la posibilidad de conseguir nuevos empleos hacía que muchos de los trabajadores no permanecieran en la lucha. La fortaleza del Estado permitió a la burguesía controlar mejor la situación impidiendo que se generalice.
Conclusiones. Un balance anarquista sobre las empresas sin patrón.
Mucho se ha escrito sobre las ocupaciones de fábricas en la Argentina en los años 2001-2003. Importantes sectores de la militancia anticapitalista de todo el mundo volcaron su mirada hacia estas experiencias buscando encontrar el avance hacia una sociedad socialista. Sin embargo, a diez años de la rebelión de 2001, creemos que es necesario realizar un balance más profundo de la experiencia.
En primer lugar, quisiéramos sintetizar algunos aspectos que nos resultan centrales a la hora de analizar el proceso. Podemos resumir brevemente esta caracterización en los siguientes puntos:
* Las ocupaciones y recuperadas son expresiones de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Más aún, corresponden orgánicamente al movimiento obrero argentino, son producidas por trabajadores o por trabajadores desocupados, retomando tácticas de lucha de larga data.
* Las particularidades que revisten estos procesos no se deben a que sean externos al movimiento obrero y a la lucha de clases sino a las distintas etapas que fue atravesando la formación económica-social argentina en las últimas décadas. La respuesta obrera surge como respuesta a la política de la burguesía.
* Las ocupaciones y recuperadas no son generadas por grupos políticos (minorías) comunistas, ni anarquistas. En realidad no fueron planificadas por nadie. Son expresiones legítimas de la lucha de clases. La derrota y división de la clase obrera y sus direcciones burocráticas muchas veces llevan a que las ocupaciones y recuperadas sean visto como un fenómeno juvenil o de partidos de izquierda, ya que estos fueron sus principales defensores a falta del movimiento obrero organizado.
En este sentido, creemos que es posible avanzar en un balance de la experiencia, que nos permitan extraer enseñanzas para otras latitudes y tiempos.
En este sentido no podemos dejar de destacar los puntos sobresalientes de la experiencia. Si bien tenemos que tener en cuenta que estas experiencias fueron de carácter defensivo y que estuvieron principalmente centradas en empresas pequeñas y medianas, bajamente tecnificadas, y por esa razón vulnerables a la competencia capitalista, son experiencias valiosas de autogestión que demuestran las posibilidades de producir sin patrón. Las empresas recuperadas permiten demostrar a la mayor parte de la población la posibilidad de la autogestión. La existencia de centenas de empresas funcionando sin patrón, donde son los trabajadores quienes deciden el curso de acción ante la producción, ampliando sus preocupaciones a otros problemas de la vida de sus comunidades. En este sentido, el ejemplo de Zanón tal vez nos demuestre las posibilidades de la autogestión, de una producción orientada por el interés social y no por la ganancia privada. En este sentido, entre 2002 y 2005, la empresa consiguió aumentar enormemente la producción duplicando, en ese mismo período, la cantidad de puestos de trabajo. Tal vez más importante es que en ese mismo período, sin la vigilancia y la presión patronal se redujeron drásticamente los “accidentes” de trabajo. Si bajo la gestión patronal había 300 accidentes anuales, en el período 2002-2005 sólo hubo 33, todos leves, sin registrar ninguna muerte [4], lo que nos habla de una clara mejora en las condiciones de trabajo. Sin embargo, creemos que debemos analizar también los límites que el capitalismo impone a las empresas recuperadas. Para lo cual debemos clarificar cuáles son nuestros objetivos como anarquistas y qué entendemos por autogestión.
Como decíamos más arriba, la mayoría de estas empresas debieron volver a producir en condiciones muy adversas: falta de abastecimiento de mercaderías, imposibilidad de acceso al crédito, obsolescencia tecnológica, cadenas de comercialización destruidas. Por lo cual, debieron basar su producción en fuertes tasas de autoexplotación de los trabajadores. Muchas de las empresas recuperadas desesperadas por el acceso a créditos y subsidios terminaron entregando la gestión de las empresas a personas con vínculos políticos, con lo que terminaron llamando a un nuevo patrón para gestionar las empresas. De este modo, muchos trabajadores renunciaron a la autogestión para mantener su puesto de trabajo.
Por otro lado, la necesidad de mantener la competitividad lleva a que los trabajadores de muchas de estas empresas tengan ingresos inferiores a los de trabajadores que realizan las mismas tareas en empresas privadas. La misma Zanón (tal vez una de las empresas más paradigmáticas y la que suele presentar mayores logros) ha tenido que enfrentar dificultades económicas en los últimos años. A diferencia de sus competidores privados, ellos no cuentan con ningún tipo de subsidios a la energía que consumen, con lo que sus costos de producción son más elevados.
Es por esto que debemos preguntarnos sobre la viabilidad de la autogestión a pequeña escala. Si es posible generar islas de autogestión en los marcos del sistema capitalistas o si el capitalismo tiene mecanismos para neutralizar estas experiencias. La realidad de muchas empresas recuperadas marcan que en realidad se está autogestionando la miseria, sectores de la economía que el propio sistema capitalista descarta por considerarlos inviables.
Por esta razón, debemos apuntar a autogestionar la totalidad de la producción y de la vida social. Y para esto es necesario expropiar masivamente a la burguesía, construyendo una sociedad socialista y libertaria. No existen oasis de socialismo en el marco de la sociedad capitalista y no se puede construir al margen del sistema y vivir ahí: hay que destruir al sistema. No hay convivencia posible. Como dicen en Zanón: "si no se hace la revolución, Zanón queda sola y la destruyen".
En el proceso de ocupación de fábricas los anarquistas tenemos mucho que aportar a la vez que aprender. Debemos aportar nuestra perspectiva política, a la vez que brindar nuestro apoyo moral y militante y ayuda técnica y económica. Buscando siempre la solución del conflicto en función de los intereses de los implicados: conservar el trabajo. En el marco de esa lucha se puede conseguir avances de consciencia. Avances que podrán acumularse en la construcción de un movimiento obrero clasista si estas experiencias permanecen vinculadas a las organizaciones de trabajadores, participando de sus luchas codo a codo.
1 La acefalía se produjo ya que el vicepresidente había renunciado luego de haber denunciado el pago de sobornos en el parlamento ante el tratamiento de una ley de flexibilización laboral.
2 Colectivo lavaca, Sin Patrón, Buenos Aires, 2007. Más información en www.lavaca.org.
3 Aiziczon, Fernando, “Teoría y práctica del Control Obrero: el caso de Cerámica Zanón, Neuquén, 2002-2005”; en Revista Herramientas…
4 Aiziczin, Fernando, op. cit.