Que no vivamos como esclavos


Y ya puestos con los documentales seguimos esta semana  con otro más...
'“Que no vivamos como esclavos” es el título de una película documental rodada por Yannis Youlountas y estrenada en Grecia el 28 de agosto de 2013. Trata de las diversas iniciativas de resistencia al capitalismo, respondiendo a la crisis que en aquel país ha llevado al paro a la mitad de los asalariados, ha reducido drásticamente los sueldos y las pensiones, ha expulsado de sus casas a millares de hipotecados y ha dejado sin recursos a buena parte de la población griega. El título reproduce una consigna popular nacida en el barrio anarquista de “Exarcheia”, en Atenas, que se ha difundido por toda Grecia y ha traspasado fronteras. La película se estrenó en varias plazas públicas de Atenas y Salónica, y ha sido exhibida en multitud de centros sociales y espacios autogestionados europeos. El visionado de la película es gratuito, pues la gratuidad preside todas las experiencias verdaderamente anticapitalistas, incluidas, por supuesto, las culturales. En la web resultará fácil encontrarla subtitulada en diversos idiomas.

En Grecia, mucha gente duerme en la calle, por lo que no extraña que una de esas iniciativas espontáneas sea la de utilizar los vagones de tren que descansan en vías muertas. Los dispensarios gratuitos son imprescindibles para muchos desempleados sin acceso a la seguridad social; así como las tiendas libres de ropa o los comedores populares, donde se pueden vestir y comer sin tener que pagar nada en un ambiente de compañerismo: aquello no es caridad, es solidaridad. Por todos lados han florecido redes autogestionadas, que distribuyen la producción de los campesinos y los neorrurales; también la de los talleres cooperativos urbanos. La isla de Eubea se ha llenado de urbanitas reinstalados que cultivan sus propios alimentos. Tan interesante como el retorno a la madre tierra resulta el ejemplo de una cooperativa obrera que se hizo cargo de una fábrica abandonada por sus dueños, pero no para seguir trabajando como antes, sino para hacerlo de otra manera, más relajada y armónica, y utilizando los circuitos alternativos. Los testimonios son unánimes: no se trata de adaptarse al capitalismo presente, que sería como adaptarse a la miseria. Se trata de cambiar de vida, de rechazar el consumo; en definitiva, de salir del capitalismo. Los ejemplos mostrados ilustran el primer estadio de dicha salida. Lo tienen claro: el sistema se ha colapsado; ya no funciona, ni tiene perspectivas de hacerlo. Hay que inventar una manera de vivir colectivamente sin apremios económicos, sin impuestos estatales, sin policía y sin publicidad. Es claro el mensaje que ofrece la imagen de un muchacho rompiendo una televisión: los medios de comunicación mienten, y por lo tanto, incomunican. Escuchad las radios libres, leed prensa alternativa, poned en marcha la contrapublicidad.


La mayoría de los entrevistados son anarquistas, cuyo anticapitalismo es al mismo tiempo antiestatismo. En consecuencia, la película no aboga por la formación de un partido, ni por votar a una coalición electoral determinada, para desplazar de sus asientos a los políticos tradicionales y desarrollar una burocracia similar que se apoye igualmente en las palancas del Estado. No se quiere formar parte del espectáculo, se pretende abolirlo. Los antiguos griegos inventaron la democracia directa, la que se basa en las asambleas, y esa es toda la política que se necesita. Una política ligada a la cotidianeidad vivida en común, y ligada también a la autodefensa. Muchos de los inmigrantes son indocumentados, o no tienen permisos de residencia. Y son el objetivo principal del fascismo griego encarnado por el partido Alba Dorada. Es capaz de adoptar todos los leguajes: el democrático, el socialista, el antiautoritario, el populista… Lo devora todo y su función está más que clara: crear un culpable ficticio, el extranjero, el inmigrante, el indigente, el homosexual, el refugiado…, como manera de desviar emocionalmente la atención popular hacia un falso enemigo, salvando así al culpable real, el capitalismo. No se detienen en las palizas, la destrucción de ambulatorios y el incendio de centros autogestionados. Llegan al asesinato. En los barrios con algún grado de autoorganización no se atreven a entrar; en otras la población colabora para expulsarles. Sin embargo, gozan del apoyo de la policía y de los jueces, por lo que actúan con impunidad. Los antifascistas que les administran su propia medicina son perseguidos: la película da testimonio de fuertes multas sufragadas por la solidaridad internacional.


La película está técnicamente bien montada y trasmite su anticapitalismo de forma directa y espontánea. No hay grandes análisis, no hay fórmulas mágicas, no hay pedagogía. Que cada cual vea, oiga y piense. Las experiencias expuestas son de valor desigual. En otros lugares, por ejemplo, en el Estado español, existen ya, aunque con mucha mayor carga voluntarista, y con contenido político más ambiguo. En Grecia materializan el título del documental, y por otra parte, el de una estupenda canción: No vivamos como esclavos.