Philippe Pelletier. Publicado en Tierra y Libertad, mayo-junio 2022
En un reciente artículo, la filósofa Catherine Malabon afirma que “la vía anarquista es la única que todavía permanece abierta”. Según ella, el anarquismo ve actualmente coexistir mundialmente dos variedades: un “anarquismo de hecho" y un “anarquismo de aviso". Esta distinción parece prometedora en cuanto a que establecería una aproximación entre “lo que existe” (supuestamente en el seno del movimiento anarquista) y lo que “podría suceder” (a través de los “nuevos movimientos sociales”).
Pero Malabon patina cuando, apropósito del “anarquismo de hecho”, se basa en la realidad de un supuesto “anarcocapitalismo". El oxímoron de esta expresión no puede sino sobresaltarnos. Para los anarquistas que se sitúan en la línea de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Goldman o Rocker, el capitalismo va en efecto a la par que el Estado, que rechazan. Ambos se han construido juntos bajo su forma moderna.
Incluso admitiendo que por capitalismo se entiende solamente un sistema en que el capital arranca la plusvalía al trabajo, toda idea de “anarcocapitalismo1 es contradictoria tanto en los términos como en las finalidades.
¿Cómo una intelectual a priori bien informada puede plantear tal absurdo? Y, en el fondo, ¿por qué?
El insulto anarcosindicalista
Históricamente, es de buen tono enmascarar el anarquismo con cierto número de etiquetas falaces, que proceden a menudo de enemigos declarados. La izquierda autoritaria, marxista, socialista y leninista, considera un placer denigrar toda corriente libertaria que participó en la construcción del sindicalismo obrero campesino a finales del siglo XIX y principios de del XX.
Para gran número de anarquistas, los trabajadores se deben agrupar sobre la base objetiva de su condición económica proletaria, dejando de lado criterios ideológicos. Promoviendo el denominado “sindicalismo revolucionario”, estiman que hay que dejar de lado la ideología, hacer alianzas, contentarse a grandes líneas con la sociedad deseada, poner el acento sobre el carácter de lucha de clases y de herramienta que constituye el sindicato. Pero esto es demasiado para los socialistas autoritarios que, sin titubear a la hora de ir al encuentro de sus propios postulados marxistas, quieren subordinar la condición económica al principio político del Estado (centralización, partidos, electoralismo y parlamentarismo).
Buscan marginalizar la esencia libertaria del socialismo revolucionario. Para ello hay que desacralizarlo, calumniarlo. El adjetivo “anarquista”, que da miedo a los burgueses pero que puede también espantar a los campesinos y a los obreros, les es muy útil. Los socialistas autoritarios comienzan a hablar de anarcosindicalismo cuando ni siquiera lo hacen los libertarios.
En 1904, La République sociale del 14 de enero, un órgano socialista de Aube (Francia), publica un artículo deplorando que “los anarcosindicalista se dirijan a menudo a los trabajadores sindicados”. Lenin, en un texto preparatorio para el V Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, escrito en 1907, dice que “es imprescindible entablar la más resolutiva y la más firme lucha sobre los principios contra el movimiento anarcosindicalista en el proletariado". Poco antes, el anarquista Daniil Novomirski elabora un programa “anarcosindicalista" en Ucrania. Pero probablemente, por ser la problemática sindical en Rusia poco comparable con lo que sucede en ese tiempo en Europa occidental, la expresión no tiene éxito.
A lo largo de los años 20 del pasado siglo, Lenin, enfrentándose a la oposición obrera interna del Partido Comunista soviético que califica de deriva anarquista y sindicalista, subraya que “en el mundo entero, los marxistas han combatido el sindicalismo". La etiqueta negativa de anarcosindicalista emerge de nuevo. A través de los delegados soviéticos, se extiende por los medios sindicalistas de Europa occidental.
En el congreso fundacional de la CGTU de junio de 1922 en Saint Étienne (Francia), el emisario bolchevique Salomon Dridzo (18781952), alias Alexander Lozovski, señala a los sindicalistas anarquistas que rechazan adherirse a la Profintern, la Internacional Sindical Roja (ISR), de la que es secretario. A partir de la salida del Congreso, Ernest Lafont (18791946), antiguo alcalde de Firminy, diputado comunista de Ondaine, retoma el término “anarcosindicalismo” como acusación infravaloradora, que se propaga a través de la prensa comunista.
Como desafío, los sindicalistas revolucionarios libertarios lo adoptan poco a poco, de igual forma que los gueux (mendigos) o los comuneros así etiquetados por el poder. En 1937, Pierre Besnard (1886-1947), secretario de la AIT, pronuncia una corta intervención en el congreso internacional sobre “anarcosindicalismo y anarquismo”, que sirve como reconocimiento.
El timo ideológico del “anarcocapitalismo”
Catherine Malabon utiliza el mismo procedimiento pero en otro sentido, postulando la existencia de un “anarcosindicalismo”. En el diario Le Monde del 15 de junio de 2018declara: “El capitalismo alimenta hoy su lado anarquista (...). Existe un anarcocapitalismo que pasa por el ciberanarquismo y que está en conflicto con el capitalismo de Estado”.
Estas afirmaciones son erróneas. Es verdad que existe gente que reivindica el anarcocapitalismo, pero eso no implica que su concepción tenga una verdadera relación con la anarquía y el anarquismo. La expresión “anarcocapitalismo” apareció en 1972 en Estados Unidos debida a la pluma del economista y filósofo Murray Rothbard (19261995), teórico heterodoxo de la Escuela Austriaca (Von Mises, etc.).
Fue retomada por diferentes autores americanos, como el especialista en finanzas J. Michael Oliver o el economista David Friedman (el hijo del Chicago Boy Milton Friedman). Estos tres hombres, procedentes de la alta burguesía de América, defiendan el capitalismo bajo la forma de un dejad hacer integral, añadiendo una crítica al Gobierno. Toman explícitamente esta critica de Lysander Spooner(18081887), su única referencia histórica y teórica al anarquismo.
De origen campesino, Lysander Spooner, fundador con Benjamin Tucker (18541939) del periódico Liberty (1881-1908), file el emblema del anarquismo individualista americano que busca quitar al Estado el monopolio de la emisión de moneda y promover el crédito gratuito. Pero contrariamente a la idea proudhoniana de Banco del Pueblo, no hay sistema de mutualización económica a través del contrato sinalagmático (bilateralidad) y conmutativo (reciprocidad de derechos y deberes).
De manera general, los libertarianos, defensores absolutos de la propiedad privada, no comprenden la diferencia que Proudhon establece entre la propiedad y la posesión.
El origen americano del libertarianismo
Los autodenominados anarcocapitalistas ensalzan el libertarianismo, que nada tiene que ver con la corriente libertaria ni en la historia ni en los principios. La idea libertaria la forjó Joseph Déjacque en 1858, como socialismo libertario, mientras que los “libertarianos” (libertarians) se apoyan en el concepto angloamericano de liberty. En tanto que derechos civiles dando la libertad, liberty se distingue, se opone a freedom, como libertad de movimiento y emancipación (liberación).
La corriente libertariana está presente esencialmente en Estados Unidos por razones históricas e ideológicas. Por una parte hereda la mentalidad de los “padres fundadores” protestantes puritanos que marcharon a América para fundar la utopía de la Nueva Jerusalén en oposición a las imposiciones de la monarquía inglesa y la Iglesia anglicana. Se convierten en insurgentes de cara a la Corona británica, a la que arrancan la independencia. Los Estados Unidos constituyen así el primer país en el que surgel a primera lucha de liberación nacional. El liberalismo económico y político está grabado en la Constitución y en las costumbres.
Por otra parte, el libertarianismo se apoya en la historia de las experiencias utópicas (comunidades furieristas, almacenes basados en el intercambio entre comprador y vendedor, sistema de bonos de cambio...). Retoma la teoría, antigubemamental, individualista, basada en el respeto integral de la propiedad para todos (Josiah Warren, William Green, Stephen Pearl Andrews, Benjamin Tucker o Lysander Spooner). Es esencialmente hostil al comunismo y al socialismo, considerados como consagradores del gobierno.
A mediados de los años sesenta, los libertarianos americanos no conservan del anarquismo individualista más que su crítica feroz al Estado y su preferencia por la propiedad privada, pero de forma particular. En lo referente a la primera critica, hay que entender “gobiemo” o “Estado federal” como la “sociedad”.
Los libertarianos incurren así en el error cometido por la escuela germánica de filosofía, que considera Estado como sinónimo de sociedad. En cuanto a la propiedad privada, la suponen repartida de forma igual entre todos, pero no nos dicen cómo llegaron a eso. Su hostilidad hacia los monopolios se refiere sobre todo a los del Estado, de derecho, y no verdaderamente a los monopolios económicos constituidos por los trust.
Los libertarianos no se confunden con los libertarios
Los libertarianos americanos llegan de hecho al punto expuesto, histórica y geográficamente, por dos razones principales. Por una parte, en el doble marco de la crisis económica de1930, en parte resuelta por la Segunda Guerra Mundial, y por la “Guerra Fría” entre el bloque occidental y comunista, las democracias liberales han tenido que conceder un cierto dirigismo económico (el keynesianismo grosso modo), así como mejoras sociales encamadas por el Estado (jubilación, sanidad, subsidio de desempleo, etc.).
Por otra parte, la sociedad de consumo de masas, que se desarrolla en Occidente gracias a las medidas precedentes, pone en causa el sistema de valores y el funcionamiento social tradicionales juzgados en adelante como conservadores, arcaicos y esclerotizados, como entorpecedores incluso del nuevo mercado de ocio y espectáculo. En el ámbito de las costumbres, los libertarianos plantean la libertad absoluta, privada, que concierne a la homosexualidad, la pornografía o el aborto. Estos sectores, igualmente lucrativos, son por otra parte apoyados por grupos de presión más o menos homogéneos.
Desde mediados de los años setenta, el sistema keynesiano se sofoca, la crisis de recursos encarece los precios, la financiación mundial de la economía se anuncia. El neoliberalismo sin aliento en el Reino Unido, en Estados Unidos y en Japón a comienzos de los años ochenta, gana enseguida en los demás países gracias al reagrupamiento socialdemócrata, mientras que el bloque comunista se hunde. Todo el trabajo ideológico delos libertarianos se legitima y conforta, el desmantelamiento de los sistemas de protección social, las privatizaciones y el repliegue económico del Estado. Justifica por principio todas las privatizaciones. Reúne las teorías paralelas de la escuela económica austriaca (Friedrich Hayek, Ludwig von Mises...) y las monetaristas de la Escuela de Chicago (Milton Friedman).
Estos “anarcocapitalistas” apoyan sin embargo las actividades soberanas del Estado (policía, ejército, diplomacia) por tanto al propio Estado, aunque existan desacuerdos entre ellos apropósito de su posible privatización(por ejemplo, el ejército de leva sustituido por mercenarios). Liberales con las cuestiones denominadas “societarias” (sexualidad, adicciones...), su economía de deseos fundada en el libre mercado persigue la realidad histórica y actual de ese Estado que no llegan a superar. De golpe, una fracción de entre ellos se reivindica del “minarquismo" o Estado mínimo.
¿A quién beneficia la confusión?
A partir de los años noventa, las nuevas tecnologías trastornan la partida. Las posibilidades abiertas por internet permiten considerar intercambios libres y gratuitos de individuo a individuo, consagrados por la expresión “de igual a igual”.
Los libertarianos se sumergen en este sistema, que han creado en parte. Lo presentan como modelo social, convirtiéndolo en terreno de inversión financiera: no solamente los softwares o los numerosos servicios a distancia, sino también las criptomonedas que pueden utilizarse en el mercado tradicional. Cualquiera puede constatar que todo esto es cada vez menos gratuito, cada vez más controlado. Es un poco como la acera sobre la que caminamos: parece gratuita pero en realidad no lo es. Alguien, algunos, la han “pagado”.
Según Malabou, este “cibercapitalismo" será garantizado por un “ciberanarquismo", incluidos los piratas y hackers. El conjunto constituirá un supuesto “anarcocapitalismo”. Este método de confusión, aparte de analizar mal el capitalismo, conduce finalmente a lo sucedido con los agentes bolcheviques que trataban a deshacerse de los “anarcosindicalistas”.
Como ocurre entre numerosos intelectuales de izquierda, e incluso entre militantes libertarios, en esta filosofía interviene además un efecto de moda relacionado con todo lo que viene de América. Mientras que la French theory, de la que además Malabou es una especialista, ha fascinado a los intelectuales americanos, especialmente a aquellos que, multiplicando las confusiones, han elogiado el “postanarquismo" brillantemente criticado por Vivien Garcia; los planteamientos norteamericanos se exportan al revés. Penetran en los medios académicos y en ciertos espacios militantes sin verdadero espíritu crítico (postanarquismo, comunitarismo exacerbado, horizontalidad, ecología profunda...).
Esto permite en parte desmarcarse de la derechización postfascista, pero no basta. Porque una de las grandes fuerzas de los capitalistas que tan bien se mueven por la City londinense y por el Silicon Valley californiano, y cada vez más por teletrabajo (gracias internet, gracias covid), consiste en absorber todo lo que no contradice su búsqueda de beneficios, y en sofocar, o recuperar lo más posible las tendencias contrarias. Algunos geeks (adictos de la tecnología) desesperados, algunos militantes desamparados, ¿se quieren ahora calificar de anarcocapitalistas por ironía o para facilitar la confusión?