China está que arde. En los últimos meses el gigante asiático ha estado al borde de un auténtico crash bursátil, sólo evitado por la decidida intervención estatal que prohibió la negociación de la mayoría de los valores y que capitalizó ampliamente, mediante la compra directa de acciones, numerosas empresas. La devaluación del yuan, de casi un 2 % en agosto, intenta recuperar la competitividad de su producción industrial, que enfrenta un inicio de desaceleración que ha llevado a que el crecimiento de su PIB en el primer semestre del año sea inferior de lo esperado, y que su inversión en activos fijos se haya desacelerado hasta un 10,9 % entre enero y agosto de este año.
En una reciente intervención en el Foro Económico Mundial celebrado en Dalian, el primer Ministro Chino Li Keqiang anunció nuevas reformas estructurales, para tratar de derivar la economía china hacia un modelo más basado en el consumo interno y menos en las exportaciones industriales. La crisis larvada de Occidente ha acabado por lastrar el crecimiento chino, acompañado de una emergente burbuja financiera e inmobiliaria, al disminuir el consumo internacional sin una correspondiente sustitución por consumo interno. China trata de responder con una combinación de medidas que buscan la emergencia de una clase media compradora (como el plan de estímulos recientemente aprobado, por valor de 200.000 millones de euros, que busca movilizar inversiones a lo largo de tres años) y reformas estructurales que tratan de favorecer la inversión internacional y la apertura económica al mercado global de capitales (como la apertura al capital privado de sus grandes empresas públicas o los proyectos de reforma del sector financiero). El conflicto en el seno de la dirección del Partido Comunista entre quienes priorizan la necesidad de la estrategia keynesiana y de generación de demanda agregada nacional, y quienes desean una mayor apertura a las dinámicas neoliberales del mercado global es, probablemente, mucho más fuerte de lo que nos muestran los medios de comunicación occidentales.
Así pues, frente a la economía de la explotación (“Morir por un iPhone”) se afirma, en la misma colección, la economía de la autogestión y del trabajo, como en el volumen“Cooperativa Textiles Pigüé. Historia de la recuperación de una fábrica de Gatic”, de la misma colección, del que probablemente hablemos en otro momento.
“Morir por un iPhone” merece ser leído con atención, porque las luchas y los anhelos de los trabajadores chinos van a ser, cada vez más, un elemento central del desarrollo del futuro.
Es en medio de este contexto que recomendamos encarecidamente la lectura de “Morir por un iPhone. Apple, Foxconn y las luchas de los trabajadores de China”, de Pun Ngai, Jenny Chan y Mark Selden. Un libro sobre las vidas y las luchas de los trabajadores chinos de las macro-fábricas de Foxconn, un gigante industrial subcontratista de Apple y otras empresas tecnológicas que monta la gran mayoría de los componentes de los teléfonos móviles y tabletas que usamos usualmente en Occidente.
En el libro se hace un pormenorizado análisis de cómo es la vida de los trabajadores que hacen nuestros iPhones, en las grandes fábricas de Foxconn. Polígonos gigantes con cientos de miles de obreros trabajando a un ritmo endiablado, para responder a la demanda global. Ahora que se habla del fin del trabajo como algo inmediato, saber que para que podamos tener ese debate en nuestros muros de Facebook tienen que estar funcionando día y noche complejos fabriles de más de 400.000 obreros, que viven en bloques de dormitorios localizados junto a la factoría y que está dirigidos por la misma empresa, debería ponernos bastante los pies en la tierra.
La vida de los operarios que garantizan nuestro gozo “inmaterial” en la red de redes con su fuerza de trabajo infra-pagada es dura y estresante. Y “Morir por un iPhone” nos desvela sus detalles. Como la utilización de las técnicas tradicionales del funcionamiento del Partido Comunista como mecanismo disciplinario. Veamos un simple ejemplo
“Después del trabajo, todas nosotras- más de cien- podíamos ser obligadas a quedarnos. Esto pasaba cada vez que una era castigada. Una chica es obligada a leer en voz alta y con atención una declaración de autocrítica. Debe hacerlo lo suficientemente alto para ser oída. Nuestro jefe luego preguntará a alguna de las que está más atrás en la sala si ha podido oír el error que ella ha cometido. Muchas veces las chicas se sienten muy apenadas, es muy embarazoso. La joven llora. Su voz se apaga…entonces el capataz grita: “Si alguien pierde aunque sea un minuto (fallando en conservar el ritmo de trabajo), entonces, ¿cuánto tiempo más vamos perder si son cien personas las que fallan?”.
El libro, además, ha sido editado, en Argentina (aunque está a la venta en España en librerías como Traficantes Sueños) por Peña Lillo-Continente, y forma parte de “La Biblioteca La Economía de los Trabajadores”, un proyecto editorial dirigido por Andrés Ruggeri que parte del espacio del Programa Facultad Abierta de la Universidad de Buenos Aires dedicado a las empresas recuperadas argentinas. Se trata de una colección de varios volúmenes centrados en la autogestión como alternativa global para el siglo XXI, y en el intento de recomposición de una auténtica economía política del trabajo y los trabajadores para los confusos tiempos que vivimos, que ha acompañado experiencias como el V Encuentro Internacional La Economía de los Trabajadores, celebrado en Punto Fijo (Venezuela) este pasado mes de julio, y en el que se dieron de cita cientos de activistas, académicos y productores de empresas recuperadas y proyectos cooperativos.