Artículo de Jose Luis Carretero publicado en Kaosenlared.
Recientemente, Ngozi Okonjo-Iweala, Directora General de la Organización Mundial de Comercio, hacía público que la entidad que dirige había convocado a más de veinte CEOs y líderes del transporte marítimo, operadores portuarios, empresas de logística y entidades financieras para analizar la crisis de la cadena global de suministros y encontrar posibles soluciones.
El sistema sanguíneo del capitalismo global está obturado. El gran tapón comenzó en los primeros momentos de recuperación tras el brutal parón representado por la pandemia, en el tercer trimestre de 2021. Si la sangre no llega a los órganos vitales, un organismo biológico muere. Los primeros síntomas de asfixia celular han empezado a aparecer en la economía global: la inflación se desboca, las plantas de producción se paralizan, el comercio internacional se ralentiza, la siempre temida carrera entre precios y salarios está en boca de todos los analistas, que apuestan por un “pacto de rentas” que limite las exigencias de mantenimiento del poder adquisitivo de la clase obrera.
La obturación del sistema sanguíneo del Capital global tiene orígenes diversos, algunos marcadamente coyunturales y otros más difíciles de solucionar a corto plazo. Nos referimos a las disfunciones creadas en el sistema de transporte global de mercancías por la pandemia de Covid-19; la crisis de suministros de determinadas materias primas y componentes industriales inducida por la guerra en Ucrania y las sanciones occidentales contra Rusia; la persistente reaparición del Coronavirus en China y las políticas de confinamiento impulsadas en el “taller del mundo”; y los efectos cada vez más visibles del proceso de cambio climático planetario.
La incipiente recuperación del tercer trimestre de 2021 puso en tensión a las cadenas de suministro y los sistemas de transporte internacional de mercancías. La preferencia de los consumidores por los bienes duraderos, sobre los servicios (que no podían usar por los persistentes confinamientos), se expresó en la expansión desenfrenada de la compra a distancia y la entrega domiciliaria, así como en el colapso de los sistemas de transporte, que habían dejado de efectuar inversiones necesarias para su funcionamiento a la escala previa a la pandemia por la situación de parálisis de la economía. El hecho de que los traders fueran ajenos a estos problemas, y enviaran sus órdenes de compra sin tenerlos en cuenta, y de que los operarios del transporte (camioneros, estibadores…) empezaran a agitarse por los bajos salarios y la presión de haber trabajado hasta en los momentos más duros de la pandemia, profundizó este proceso.
Además, el inicio de la recuperación, y la retirada de inversiones durante la pandemia, trajo también consigo una situación de cuello de botella en el suministro de determinadas materias primas y componentes industriales, como los semiconductores. Este proceso se ha visto enormemente agravado por el inicio de la guerra de Ucrania. Materias primas esenciales, como las energéticas (petróleo y gas), alimentos (trigo y maíz) y metales y gases nobles (como el neón) han subido aceleradamente de precio ante la escasez que han impuesto las sanciones y la paralización de la capacidad productiva ucraniana.
Ucrania era el proveedor principal de gas neón para la economía global (con un 70 % de la producción mundial). El neón es utilizado en los procesos de fabricación de semiconductores y chips, Además, Ucrania tiene, también, en su territorio, uno de los mayores yacimientos de litio en Europa, aunque no estaba en explotación cuando se inició el conflicto. Ucrania y Rusia acumulan el 30 % de las exportaciones globales de trigo y maíz, y el 60 % de las de aceite de girasol. Rusia es el tercer productor de petróleo del mundo, el cuarto de aluminio y el tercero de oro, así como el principal suministrador de gas de la Unión Europea.
Por otro lado, la situación creada por el conflicto bélico se ha visto agravada por los nuevos confinamientos decretados en la República Popular China. La reaparición de la Covid-19 en el país ha provocado el cierre de Shanghái, una ciudad de 26 millones de habitantes, y la paralización de su industria y sus infraestructuras de exportación. También, se ha impuesto la paralización de Shenzen, la gran área industrial especializada en ensamblaje y diseño de productos tecnológicos, de la que dependen muchas grandes empresas trasnacionales. Cerca del 40 % de las ciudades chinas han decretado una forma u otra de confinamiento en las últimas semanas. El taller del mundo ha dejado de exportar gran parte de los componentes que necesita la economía global para su funcionamiento normal.
Esta persistente obturación del sistema sanguíneo de la economía capitalista tiene efectos sobre la capacidad productiva. Las paralizaciones de plantas industriales, por falta de materias primas y componentes, se suceden aceleradamente. Un informe reciente de Caixabank indica que “el entorno global limita la reactivación de la industria manufacturera española”. Se ha disparado del 2 % al 25 % el monto de empresas industriales radicadas en España con problemas para producir por falta de materiales. En Europa, las cosas están mucho peor: el 54 % de las empresas de la Eurozona, y el 89 % de las alemanas informan de problemas en el funcionamiento provocados por la escasez. El sector más afectado es la automoción, donde el 65 % de las compañías radicadas en España han tenido problemas derivados de “los grandes retrasos en el envío de piezas metálicas y la escasez de semiconductores”. La abrupta subida de los precios de la energía profundiza aún más este proceso: la industria auxiliar de la construcción española muestra una caída del 46 % de su resultado económico por el aumento del precio de la electricidad, y la industria del metal, del 45 %.
Este escenario impone un alza clara de la inflación en las principales economías mundiales. Se trata de un shock de oferta, que poco tiene que ver con la vulgata económica neoliberal que afirma que la inflación la crean los bancos centrales cuando inundan de gasto público la economía. En palabras del economista español Juan Laborda; “la liberalización y desregulación aplicadas a los mercados derivados de materias primas; así como la concentración empresarial en las cadenas de suministro, y su explicación de los cuellos de botella actuales, consecuencia lógica de los procesos de deslocalización de la producción, están detrás del repunte actual de la inflación”. Es decir, los problemas precitados (disfunciones en la recuperación, cierre de China y guerra en Ucrania) se ven poderosamente agravados por los procesos previos de financiarización de los mercados de materias primas (que permiten la especulación con ellas mediante derivados y futuros) y los procesos de deslocalización laboral (que imponen cadenas de suministro transnacionales que pueden verse cortocircuitadas por los más variados motivos geopolíticos, laborales, y hasta sanitarios).
Además, la obturación creciente de las cadenas de suministro empieza a mostrar lo que puede provocar la crisis ecológica global en ciernes. La escasez energética provocada por el tendencial pico de los combustibles fósiles, unida a la escasez de materias primas producto de la sobreexplotación de los yacimientos, además de la reiterada emergencia de nuevas tensiones climáticas (desastres naturales, pandemias, migraciones…), va a impactar cada vez de manera más brutal sobre las infraestructuras del transporte de mercancías, los precios del sector y de las materias primas, y los procesos de fabricación de la industria deslocalizada.
Así pues, la situación muestra numerosas aristas de difícil solución inmediata. Aunque los cuellos de botella generados por la pandemia y la posterior recuperación podrían ser solucionados a corto plazo, otros problemas importantes quedarán sin resolver. La pandemia puede reaparecer, y convertirse en un fenómeno que provoque confinamientos intermitentes en distintas localizaciones de las cadenas globales de valor. La duración de la guerra de Ucrania, por su parte, es difícil de prever en estos momentos, y, además, este conflicto probablemente sea el primer acto de un proceso de décadas de enfrentamientos, bélicos y económicos, por la hegemonía mundial, entre el Occidente que no quiere entrar en su declive final, y los gigantes emergentes como Rusia, China e Irán. Por otra parte, la presión de la crisis ecológica planetaria se irá haciendo cada vez más visible, en la forma de fenómenos climáticos extremos, grandes migraciones y agotamiento de las materias primas y los combustibles fósiles.
Ante este escenario, los economistas neoliberales pugnarán por reeditar las políticas de austeridad que impusieron como solución para la crisis de 2008. Para ellos la inflación proviene del excesivo gasto público y del alza de salarios, y la única solución es acabar con la expansión cuantitativa de los bancos centrales, subir los tipos de interés, y sujetar las ansias de recuperación del terreno perdido de la clase obrera. Según su visión, lo único que puede evitar una nueva crisis futura de las primas de riesgo, con la consiguiente implosión de la Eurozona, en un contexto de alza brutal de la inflación y de la deuda pública como el actual, es una nueva vuelta de tuerca de austeridad pública y reformas liberalizadoras.
La “solución” de la austeridad agravó enormemente la crisis de 2008 en Europa, provocando una oleada de descontento y sufrimiento en las clases populares, así como una sustancial degradación de los servicios públicos que ha provocado grandes dificultades para hacer frente a la pandemia de Covid-19.
Se impone avanzar en la construcción de una Europa totalmente distinta, que practique la solidaridad en lugar de la austeridad; proponga soluciones civilizacionales, justas y autónomas para los conflictos crecientes entre el Sur y el Norte del sistema global; edifique una economía medioambientalmente sostenible; tenga su propia voz soberana en el mundo y conviva en paz con sus vecinos; y relocalice sus capacidades productivas y avance en la gestión colectiva y democrática de la vida económica.
Porque no conviene olvidar estas palabras de Bartolomé de Las Casas, ya en el siglo XVI:
"Siempre que un hombre libre, y con más razón un pueblo o una comunidad libre, se ven obligados a soportar cierta carga o a pagar cierta deuda y, de manera general, siempre que una acción de este género pueda ocasionar un perjuicio para muchos, deberán ser convocados todos aquellos a quienes el asunto atañe, con el fin de su libre consentimiento, de lo contrario ningún valor jurídico tendrá cuanto se haga.”
Y el consentimiento implica conocimiento cabal del problema, de lo que se propone y de las alternativas.
José Luis Carretero Miramar.