Publicado el 11 de abril de 2022 en Kaos en la Red. Por Jose Luis Carretero.
Este último mes, en el mercado de trabajo español se han desplegado varios procesos con efectos contradictorios, que han llevado a unos datos de desempleo y de contratación temporal que el gobierno califica de claramente positivos. En el cruce ente los efectos de la guerra desatada en Ucrania, el proceso de desaceleración de la economía global, la huelga de los transportistas, los primeros efectos de la reforma laboral aprobada en diciembre y la incipiente recuperación de las actividades turísticas, la contratación indefinida ha alcanzado el 30,7% del total de los nuevos contratos y el paro ha bajado en 2.921 personas en el mes de marzo.
Según afirma el gobierno, marzo empezó en niveles de afiliación a la Seguridad Social superiores a los años anteriores, y a pesar de una ligera desaceleración durante los días de paros en el transporte, el crecimiento en el número de afiliados se recuperó en la última semana del mes. Ha sido el undécimo mes consecutivo de crecimiento del empleo, con una creación de 119.000 empleos en el primer trimestre de 2022, pese a la incertidumbre de la guerra.
Estos datos muestran las potencialidades de la recuperación iniciada en los últimos meses, tras el brutal parón económico provocado por la pandemia. Además, los datos relativos a reservas hoteleras y vuelos hacia los destinos turísticos españoles en la Semana Santa que se avecina son también halagüeños. Las grandes cadenas hoteleras tienen abiertos más de 800 hoteles en nuestro país, lo que equivale a la casi totalidad de su oferta disponible, y las reservas realizadas están entre el 70 y el 80% de la capacidad, con precios algo por encima de los de 2019.
Sin embargo, no parece claro que este comportamiento virtuoso de los datos de empleo pueda sobrevivir a medio plazo a la sacudida económica provocada por el inicio de la guerra en Ucrania. Los problemas de las cadenas de suministro que provocaron la ralentización de la recuperación en Navidad no han sido solucionados, y se han visto fuertemente agravados por la escasez de materias primas y componentes originarios de Ucrania y Rusia, y el ascenso brutal del precio de la energía. El proceso de transición ecológica europeo, que se preveía que iba a generar un gran efecto tractor del proceso de digitalización y desarrollo de nuevos modelos de negocio verdes, se ha visto también ralentizado por las urgencias geopolíticas, que imponen una fuerte presión hacia soluciones inmediatas como la incorporación de energía proveniente del fracking o la reactivación de minas de carbón y la permanencia de centrales nucleares que se había previsto cerrar.
Si la guerra continúa los problemas pueden llegar a multiplicarse y a impactar sobre la creación de empleo, que ya se ha ralentizado por efecto de la huelga del transporte. Pese a ello, el gobierno mantiene que “no sólo se ha superado el nivel de empleo previo a la pandemia, sino también el medido en horas trabajadas, con especial crecimiento de sectores innovadores”, como la industria, la Administración y la Defensa (que aparecen agregadas en los datos) o las comunicaciones.
Además, el crecimiento del empleo viene acompañado del reflejo en los datos de los primeros efectos de la reforma laboral aprobada en diciembre. Se han firmado 513.677 contratos indefinidos, récord absoluto para cualquier mes de la serie histórica. Esta cifra representa representa el 30,73% de todos los contratos. Desde el mes de diciembre, el porcentaje de contratación indefinida sobre el total de contratos se ha triplicado. Si, tradicionalmente, el 90 % de los contratos que se firmaban cada año eran temporales (concretamente contratos de obra y servicio determinado y eventuales por circunstancias de la producción), este mes, la contratación temporal sólo representa el 70 % de los contratos firmados.
Los datos, de nuevo, son halagüeños. Pero no convendría echar las campanas al vuelo si estamos hablando de limitar la precariedad de los trabajadores y no sólo de mejorar las estadísticas. La precariedad no está sólo relacionada con la contratación temporal, sino que se puede reproducir también en un contexto de contratación indefinida, mediante mecanismos de bajos salarios, flexibilidad exacerbada en la relación laboral (ya sea interna o externa) y ubicuos fenómenos de subcontratación de actividades y cesión ilegal de trabajadores.
Profundicemos un poco en los datos. Una de las principales estrategias subyacentes a la reforma laboral es la de transformar los tradicionales contratos de obra en el sector de la construcción en “contratos indefinidos adscritos a obra”. Sólo mediante esta mutación del tipo de contrato aplicable se esperaba la transformación, en pocos meses, de unos 280.000 contratos en indefinidos. Así ha sido. En el mes de marzo, el 41 % de los contratos firmados en el sector de la construcción han sido indefinidos. Pero no nos engañemos, el nuevo contrato “indefinido adscrito a obra”, pese a incorporar evidentes mejoras frente a su predecesor, no garantiza un empleo permanente, ya que la ausencia de otra obra en la provincia, adecuada al nivel profesional del trabajador, una vez analizada su posible recualificación, impone la finalización del contrato. Además, el constante recurso a la subcontratación en el sector implica también mecanismos ubicuos de precarización del empleo, como el aumento de los riesgos laborales, o la debilidad de la representación obrera a la hora de negociar con los empresarios.
Otra de las vías por las que la reforma busca la multiplicación de los contratos indefinidos, es la desaparición del contrato de obra y servicio (el que más se firmaba con la anterior regulación), empujando a muchos de sus firmantes hacia el contrato “indefinido fijo discontinuo”, cuya regulación legal se ha ampliado para incorporar en su seno a los trabajadores de contratas y subcontratas, así como a los trabajadores de temporada con fecha de inicio cierta de la actividad.
Este mecanismo, probablemente, también va a funcionar en términos estadísticos, y seguramente explique el fuerte aumento de contratación indefinida en marzo en un sector tradicionalmente muy precario como es el de la agricultura. Sin embargo, de nuevo hemos de tener en cuenta que el contrato indefinido fijo discontinuo no asegura la actividad continua (y por lo tanto el salario) durante todo el año para el trabajador, sino sólo en determinados períodos, que pueden ser de corta duración. Así el trabajador o la trabajadora con contrato fijo discontinuo puede seguir estando sometido a una situación de precariedad salarial, habitacional o en las condiciones de trabajo que contraste fuertemente con el imaginario social que acompaña al término “contrato indefinido”.
Así pues, es cierto que tras la reforma laboral de diciembre de 2021 cabe esperar un rápido incremento, en términos estadísticos, de la contratación indefinida en los próximos meses. Pero no está tan claro que eso genere una ruptura sustancial con el modelo laboral basado en la precariedad que nos legó la crisis de 2008 y las reformas de 2010 y 2012. La subcontratación, el recurso a los falsos autónomos y el trabajo-formación, la intocada arquitectura del despido improcedente y la flexibilidad interna exacerbada (que, combinada con la subcontratación, genera un escenario que imposibilita las reivindicaciones de los trabajadores) son pilares del modelo español de trabajo precario, tan importantes como las modalidades de contratación.
Buenos datos, pues, pero en un contexto de zozobra. Veremos en que dirección nos agita el futuro.