escrito por Juan Barredo
En este artículo se trata de mostrar las raíces históricas de la crisis y del inquietante problema de la deuda estadounidense, explicando que es precisamente la configuración de las relaciones monetarias internacionales la que ha derivado en este escenario. La argumentación del artículo lleva a concluir que puede ser la misma organización monetaria, viciada desde el origen, la que eche abajo el sistema actual para dar paso a uno nuevo.
Las vueltas que da la crisis
Cuando estalló la crisis, a mediados de 2007 en Estados Unidos, la clase política, el mundo financiero, y los especialistas económicos fueron tomando conciencia de la dimensión del caos que se avecinaba. Explicando unos que la crisis tendría forma de U, otros inclinándose más por una W, los más pesimistas optaban por una L… la conclusión final de gran parte de los analistas era que se nos avecinaban unos cuantos años de grandes dificultades económicas.
Lo que ya no estaba tan claro, o al menos no generaba tal consenso era la forma en la que la crisis se iba a presentar. Estaba claro que las hipotecas basura y la titulización de las mismas eran la primera manifestación, y a la vez el caballo de Troya que hizo temblar el sistema bancario de la economía-mundo. Sin embargo, más allá de los primeros temblores, existía un gran desconocimiento sobre los derroteros que la crisis iba a tomar.
La ortodoxia económica incluso, pensando que se trataría de simples problemas de información asimétrica en los mercados financieros, optaba simplemente por reformar ciertas opacidades en los mercados financieros para hacerlos eficientes y volver a la senda del crecimiento.
Pronto nos olvidamos de las prácticas delictivas de las entidades bancarias y diferentes agentes financieros y los nuevos chivos expiatorios empezaron a ser las deudas soberanas de diferentes países. Entonces se urgió a algunos ineficientes, poco competitivos y derrochadores países (muchos de ellos en Europa) a apretarse el cinturón y devolver fielmente y según lo acordado, todo el dinero prestado.
Y hoy en día, cuando seguimos en medio de ese vendaval, con duras políticas neoliberales similares a las aplicadas por el FMI en la América Latina de los 90’s, parece que empezamos a ver hacia donde se puede dirigir el ojo del huracán en los próximos meses. La posibilidad de que Estados Unidos no pague sus próximos compromisos de deuda pública en los próximos días puede hacer temblar al dólar y por lo tanto a todo el Sistema Monetario Internacional con tal virulencia que lo vivido desde 2007 hasta ahora podría asemejarse a un pequeño accidente, en comparación con lo que se puede avecinar.
Entendiendo el presente
Es grande la tentación de hacer interpretaciones de la crisis a partir de un simple análisis del panorama actual. Es como hacer una foto y relatar los elementos que vemos en ella. Sería entonces una tarea simple decir de esta forma cuál es la razón aparente de la crisis, los países “culpables”, los países buenos…
Sin embargo, aunque más complicado, quizás resulta más pertinente remontarse unos cuantos años para poder entender el porqué de la situación actual y de lo que puede avecinarse.
Los grandes episodios de especulación financiera, que mueven cantidades ingentes de dinero, y desestabilizan economías enteras, son el resultado derivado de las políticas de liberalización financiera promovida por los EEUU desde los años 70’s. El objetivo de esta liberalización era claro: la continuación de la hegemonía económica mundial de este país.
El fin de la convertibilidad de los dólares en oro, iniciada de facto desde 1968 y oficialmente anunciada desde 1971, permitía a Estados Unidos emitir deuda pública y privada por doquier, ya que los agentes privados y extranjeros iban a estar interesados en tener esos activos, por ser la forma más líquida para los pagos internacionales. Hasta entonces, el límite de la emisión de deuda era las tenencias de oro del país. El fin de la convertibilidad significaba que, de equivaler a una cantidad determinada de oro, un dólar pasaba a valer… un dólar. El límite de endeudamiento, antes fijado por las tenencias de oro, desaparecía. Sin embargo, había que crear la demanda suficiente de dólares para que este siguiera ocupando la posición hegemónica y Estados Unidos pudiera vivir eternamente a crédito del extranjero sin ninguna pega.
La violación de la soberanía de muchos países sirvió a la gran potencia para imponer sus medidas liberalizadoras en materia monetaria y crear una dependencia creciente del dólar para el funcionamiento de las economías nacionales. Este debilitamiento de las soberanías monetarias en beneficio de la libre movilidad de capital desembocó en la aparición de crisis progresivamente más frecuentes, más virulentas… y más globales.
Sin embargo, el dólar salía respaldado casi de cada una de esas crisis. A fin de cuentas, era la divisa de mayor liquidez y de mayor confianza en el panorama internacional, por lo que servía de refugio a los capitales en momentos de inestabilidad financiera. Esta petición de refugio se traducía en una alta demanda de dólares, o sea, una mayor capacidad de endeudamiento del país emisor.
¿El resultado final después de unos años? Estados Unidos arrastra un endeudamiento exterior privado y público enorme, haciendo a los agentes económicos extranjeros acreedores y poseedores de todo tipo de activos de la propia economía estadounidense.
El dólar, ¿era una burbuja?
La forma más común de identificar una crisis financiera en una zona monetaria concreta es, generalmente, la explosión de las famosas burbujas. Lo hemos visto en el sector inmobiliario, también en las empresas punto.com a principios del presente siglo, o incluso la fiebre especulativa de los tulipanes en el siglo XVII.
El crédito barato, las nuevas tecnologías y el comportamiento mimético de los agentes económicos facilitan que periódicamente nuevos activos aparezcan con gran atractivo para la inversión y se vean, por lo tanto, sometidos a una fuerte demanda que infle sus precios. La explosión de estas “burbujas” vendrá del creciente temor a que el valor del activo esté sobrevalorado, provocando una fuga masiva de capitales que busquen otro activo (quizás una posible burbuja futura), o incluso otra moneda más segura.
Por lo tanto, las alteraciones suelen transmitirse a las relaciones monetarias entre países, sufriendo los países víctimas de la burbuja fuertes depreciaciones de su tipo de cambio con respecto a las principales divisas.
La preocupación de que el mismo tipo de cambio del dólar fuera una burbuja ha ido aumentando al ritmo del endeudamiento de EEUU. Como en el resto de las burbujas, en el caso de que la del dólar lo fuera, la crisis de desencadenaría cuando se extendiera el consenso de que el tipo de cambio está sobrevalorado y una cantidad creciente de agentes quisiera deshacerse de sus activos para que sus carteras no perdiesen valor.
No obstante, en los últimos años de crecimiento económico, ciertos factores han ayudado a controlar este temor por la estabilidad del dólar. La constancia de que el país podía hacer frente a sus compromisos de deuda, la estabilización del déficit comercial desde 2005, o incluso la depreciación de la divisa verde en relación a otras divisas (como el Euro o el Yuan chino) han dado una tregua al dólar. Es más, la confianza en la primera potencia mundial le ha permitido a ésta, al comienzo de las vacas flacas, seguir pidiendo prestado en abundancia para llevar a cabo grandes planes de gasto público y mantener un elevado nivel de consumo privado.
La crisis aprieta, las finanzas ahogan
Un deudor se gana una buena reputación en los mercados internacionales si cumple religiosamente con los requisitos impuestos por el capital financiero y paga siempre en los plazos estipulados. Cualquier inconveniente en el cumplimiento de las obligaciones da al traste con la reputación y prepara el terreno para la macabra especulación.
Eso ha pasado con el enfermo Euro. Tras años de esfuerzos de la BCE y sus políticas ultraconservadoras, para hacerse un hueco en la organización monetaria internacional, la divisa europea se tambalea por las dificultades de pago de algunos países. Las dificultades de pago derivadas de la recesión, así como la excesiva liberalización de los mercados financieros han sido razones suficientes para que los movimientos especulativos, con el aliento (y participación) de las agencias de calificación, pongan en jaque la construcción monetaria europea. De hecho, las reformas llevadas a cabo en la Europa periférica, no van encaminadas a reformar y reimpulsar las economías domésticas, sino a destinar los pocos recursos a disposición de los Gobiernos al pago de sus acreedores (en una gran parte, bancos y entidades financieras de la vieja Europa)
Lo mismo puede pasar con el dólar. En época de crisis la situación de Estados Unidos ha cambiado. A los recortes de impuestos a las clases altas llevados a cabo por el Gobierno de Bush jr y al fuerte gasto militar dedicado a las aventuras en Oriente Medio, se une la brutal caída de ingresos fiscales y aumento del gasto público típicos de las crisis. Por lo tanto, la deuda pública acumulada se dispara. Esto ha provocado que se haya ido extendiendo, aunque de forma controlada, el temor a un posible impago en el futuro. Ya existe por lo tanto, un temor, un rumor, generalizado pero pocas veces manifestado. Además, las advertencias de las tan conocidas agencias de calificación (que tan benevolentes han sido siempre con la deuda yankee) son más frecuentes que antes.
La respuesta de un gobierno ante una desconfianza creciente, sería al menos cumplir con los plazos de la deuda a pagar a corto plazo, por lo que a falta de grandes ingresos, tendría que contraer nueva deuda. Sin embargo, en Estados Unidos un impedimento legal les impide esta posibilidad. Lo más normal es que antes del 2 de agosto, fecha límite para el pago de la deuda y otros compromisos internos, lleguen a un acuerdo demócratas y republicanos para evitar este harakiri económico. De todas formas, sólo se estaría atrasando por un tiempo lo que parece inevitable, una quiebra en las arcas públicas estadounidenses y una crisis monetaria global cuya dimensión desconocemos.
De la crisis como resultado, a la crisis como detonante de un cambio de arquitectura monetaria ¿Aplazamos la agonía?
La configuración financiera actual, como decíamos anteriormente, se diseñó para mantener la hegemonía de dólar. Y puede ser el abuso de esta hegemonía lo que, paradójicamente, lleve al final del régimen monetario actual.
Una vez Estados Unidos ha mostrado su fragilidad, por su bien y por el bien de la economía-mundo, sólo le vale la huída hacia delante. Obligarle a llevar a cabo una serie de ajustes como los que se vienen imponiendo a los países del sur europeo minarían su recuperación económica y le harían más difícil honrar sus compromisos a medio plazo.
Para asegurarse su capacidad de pagos futura, Estados Unidos tiene una doble y complicada tarea:
En primer lugar, por medio de un previo endeudamiento, relanzar su economía para generar las rentas a partir de las cuales se pueda incrementar los ingresos fiscales que financien el pago de sus pasivos. A esta tarea podría ayudar una reforma para hacer un sistema fiscal progresivo que capte recursos ociosos de las rentas altas, así como un replanteamiento de su política de gasto (militar, sanidad privada…).
En segundo lugar, pero en absoluto menos importante, estimular la economía mundial para que ésta siga teniendo sed de activos de deuda, sed de acciones de empresas estadounidenses, en resumen; sed de dólares.
Y ya una vez la economía mundial se relance, y tras haber visto las orejas al lobo, la comunidad internacional tiene el deber de llevar a cabo una reforma del sistema monetario internacional más simétrico (sin repartos desequilibrados de poder) y que garantice mayor estabilidad. Esta discusión sería, sin embargo, objeto de otro artículo.
Conclusión
Si seguimos los derroteros actuales, parece que la primera gran crisis global del siglo XXI no sólo será un batacazo para la economía mundial, un aumento de la pobreza en el mundo o un ataque más de las políticas neoliberales a las soberanías nacionales. De seguir así, la gran crisis provocará finalmente una transición agónica a una nueva organización monetaria mundial.
La crisis actual no es un mero problema financiero provocado por unos locos especuladores (atención, no se les debe quitar ni un poco de la culpa que tienen). La raíz de esta crisis, su caldo de cultivo, es la organización monetaria actual, existente desde finales de los 60. Es por tanto la propia arquitectura del sistema monetario la que obligará a abandonar el mismo.
Para la transición existen dos posibilidades. La primera es la salida inmediata, a producirse en los próximos meses o años, que permitiría a los agentes especuladores pegarse un buen festín. La más complicada, pero necesaria, es la salida consensuada entre países en un contexto de mayor estabilidad.
Sin embargo, tal y como pintan las cosas, parece que estas dos alternativas quizás deberíamos habérnoslas planteado antes.