La derecha, más allá de la derecha

 

 

 

La crisis europea ha arrastrado al mismo tiempo una crisis de legitimidad política e institucional que ha socavado los cimientos en los que se basaban los partidos tradicionales durante los últimos 30 años.

 

La estruc­tura institucional creada por los tratados confi­gura una democracia imperfecta –especialmen­te en lo que se refiere a la rendición de cuentas y la responsabilidad que debieran adoptarse a raiz de las consecuencias que generan–, que carece, en la percepción de muchos ciudadanos europeos, de la legitimi­dad suficiente para tomar decisiones trascen­dentales para sus vidas como algunas de las que se han venido tomando desde el inicio de la crisis. En este sentido Angela Merkel no tiene que dar explicaciones sobre el incremento de la pobreza que las políticas de austeridad están produciendo en Grecia.

 

Es el caso de la troika, actores que no tienen un orígen democrático claro,y que se constituyen como autoridades que promueven y supervisan medidas económicas muy duras para los ciudadanos de ciertos EE.MM.

 

A pesar de ello muchas de estas decisiones perjudiciales, también vienen respaldadas por los parlamentos nacionales. Así el Consejo Europeo queda supeditado a los intereses nacionales de cada país, o en alianzas que se establecen entre estos, creándose una estructura de intereses ligados a las prioridades de país.

 

Es esta diferencia entre capacidad de decidir y obliga­ción de rendir cuentas la que causa el déficit democrático de las instituciones interguberna­mentales europeas.

 

El Parlamento Europeo sufre una disfuncionalidad en cuanto a competencias; no tiene iniciativa legislativa plena, no puede censurar a los comisarios, y necesita una representación de dos tercios para aprobar una moción de censura que puede ser no constructiva.

 

Por su parte, la independencia de la Comisión Europea está condicionada por el origen del nombramiento de su presidente a propuesta del Consejo Europeo, sin que los ciudadanos puedan decidir al respecto.

 

En los seis últimos años, desde el inicio de la crisis, el Consejo Europeo ha ido asumiendo más y más poder, convirtiéndose en la práctica casi en la única ins­titución decisoria de la Unión, en detrimento de la Comision Europea, (que ha pasado a actuar como un órgano directivo subordinado a las decisiones intergu­bernamentales), y del PE, que carece del poder y la influencia necesarios para imponer su criterio, se ve en ocasiones presionada por agentes pertenecientes a Estados Miembros.

 

Esta deriva intergubernamental se ve agravada porque las decisiones que ha tomado el Consejo Europeo para hacer frente a la crisis han sido en algunos casos muy dolorosas para ciertos EE. MM. –los deudores–, cuyos ciudada­nos no pueden dejar de pensar que esas decisio­nes han sido tomadas más en beneficio de los intereses de las capitales más fuertes –en parti­cular Berlín– que en su propio beneficio, y –so­bre todo– niegan a Gobiernos que no han ele­gido la capacidad de decidir sobre aspectos esenciales de su futuro.

 

Los ciudadanos –en especial los de los EE. MM. deudores– se encuentran con que los Gobiernos que ellos han elegido no tienen la capacidad de decidir, que reside realmente en otros niveles fuera de su control, con lo que la desafección hacia la política y las instituciones no hace sino crecer.

 

La UE no ha sido capaz de promover la cohesión y la solidaridad entre los EE. MM., ni de propiciar un reparto equitativo de las consecuencias de la crisis, ni entre los Estados ni entre las clases sociales, ni de asegurar el control de la economía financiera por parte de la política, ni de controlar los paraí­sos fiscales ni siquiera dentro de sus fronteras.

 

Estos sentimientos, que son gravísimos y repre­sentan una amenaza para la estabilidad política y la cohesión de Europa, se traducen en un re­chazo de la política tradicional y una deriva hacia el extremismo de sectores cada vez más amplios de la población

 

La amenaza de exclusión social aumenta el recelo ante los extranjeros en general, y los inmigrantes en particular, abonando el terreno para el creci­miento de partidos populistas y de extrema de­recha que nunca habían florecido tanto desde los años 30 del siglo pasado.

 

Así sí cogemos los datos de las elecciones nacionales de los diferentes países entre el 2009-2013 (sin incluir España, que las realizó durante el 2011), el incremento en total de votos hacia partidos de ultraderecha de carácter fascista-neonazi, arroja un saldo positivo de un 19 %. Ahora bien, dichos datos tienen que matizarse debido al incremento de votos hacia las formaciones como el FN, que triplica sus votos; Verdaderos Finlandeses, que los cuadriplica; el Jobbik húngaro, que los mul­tiplica por siete, o Amanecer Dorado en Grecia, que los multiplica por 20 (400 mil votos aproximadamente)

 

En cuanto al resto de partidos el descenso en votos es generalizado debido a las diferencias ideológicas que se establecen entre ellos.

 

Así el partido holandes de Geert wilder, se declara abiertamente islamófobo, pero tolera el sionismo, y la homosexualidad en principio.

 

El partido Aurora Dorada es un partido antisemita y claramente racista, que conjuga la violencia mediante palizas a inmigrantes y asesinatos, a través de un discurso ultranacionalista.

 

El húngaro Jobbik que flirtea directamente con el nazismo, ensalzando la figura de Miklos Horthy, noble, militar y político húngaro, que desempeñó el cargo de Regente de Hungría desde el 1 de marzo de 1920 hasta el 15 de octubre de 1944.

 

El FN vendría a ser una pieza más del rompecabezas ultra, pero esta vez con un discurso moderado, y menos radical como verdadero leit motiv para ampliar su base social...condena el genocidio judío y busca desdiabolizar la imagen del partido; asume los valores republicanos, notablemente el laicismo; y pretende erigirse en partido de gobierno y dejar de ser un partido de oposición o antisistémico, adoptando una posición más institucional.

 

Esa disparidad de posicionamientos se ha demostrado en la incapacidad de crear un grupo parlamentario propio después de las elecciones europeas.

 

El líder del Partido de la Libertad vetó a un aliado que la francesa llevaba días procurándose: un grupo polaco misógino, KNP, que duda de la responsabilidad de Adolf Hitler en el Holocausto. Tampoco ayudaron a Le Pen los últimos comentarios antisemitas de su padre.

 

Con este panorama introductorio que os comentamos, pasamos a presentar un interesante documental emitido por la Televisión Catalana TV3, en el que se analiza la evolución de los partidos ultras en España, Francia, y Grecia, y donde se muestran imágenes bastante enfermizas del ideario de estas formaciones.

 

 

Para ver el video pulsar aki