Resultan curiosas las apasionas discusiones que suscita el estudio de los íberos. Sin desmerecer de las aportaciones, que las hay, y sin poner en tela de juicio la erudición de las opiniones de los especialistas; si señalamos un déficit metodológico importante, por lo demás muy común a la ciencia en general: cualquier observación, análisis o crítica debe servir a la causa de la hipótesis apriorística, que en ningún caso puede ser sometida a evaluación o siquiera matizada. Es el pensamiento unidireccional, que si bien resulta bastante neutro tomando individuo a individuo, se convierte, sin embargo, en una falacia distorsionaste cuando el poder lo aplica como dogma del corpus científico.
Atrás quedaron las discusiones etnológicas que situaban a los pueblos íberos como cuna del españolismo, como evolución de las culturas pirenaicas neolíticas y portadores de la pureza étnica de ascendente previo a los indoeuropeos. Hoy en día, el asunto parece medianamente superado y se habla de pueblos íberos desde un punto de vista cultural, como cultura singular y políticamente autónoma de entre los siglos VII a.c. hasta las guerras púnicas y posterior romanización hacia el II o I a.c. según zonas. La cuestión étnica, si bien siempre aporta información interesante, ha sido descartada como hecho significativo. Al fin y al cabo, la genética nos dice que los íberos eran básicamente iguales a los pobladores actuales, uno de entre tantos pueblos mediterráneos frecuentemente cruzados. Si el concepto de raza es científicamente dudoso, el de etnia podría servir para ilustrar lugares comunes y poco más. Sin embargo no nos hemos zafado de la propaganda, que pretende describir la organización política y social de aquellas culturas, a imagen y semejanza de las estructuras políticas actuales, jerárquicamente controladas desde los centros del poder. Este artículo no trata específicamente ni de etnología, ni de política, sino de economía. No obstante, nos parece pertinentes algunas aclaraciones sobre la organización política de los íberos, a partir de los textos romanos de la época [Silgo 2010]:
“Dada la gran dispersión política un modelo aceptable para el levante peninsular en la época sería el de una ciudad-estado regida por un régulo o un princeps que cuenta con un núcleo urbano, de varias ciudades fortificadas (oppidum) dependiendo de su extensión así como de otros lugares defensivos (castillos, torres, pequeños lugares), y que cuenta con la asistencia de tipo facultativo o decisoria de un senado y una asamblea popular.”
A lo largo del artículo de referencia [Silgo 2010], el autor explica una realidad polivalente, con capacidad de abstracción desde los conceptos actuales hasta la época de estudio. Es cierto que los textos romanos se refieren a épocas íberas tardías y seguramente con anterioridad las formas políticas fueran menos centralizadas y homogéneas. En ocasiones el termino régulo es utilizado en los textos romanos con cierto desprecio: reyezuelo con escasa o nula influencia social si se compara con el centro de poder del imperio romano. Roma es heredera intelectual de los imperios del creciente fértil, si bien en sus orígenes estaba influenciada por la Grecia clásica, con sus formas políticas a imagen del poder distribuido de las ciudades, su tendencia fue asemejarse cada vez más a las grandes monarquías de Mesopotamia y el antiguo Egipto, imperio este ultimo al que los romanos finiquitaron. Por el otro lado, las formas políticas de los íberos se asemejan más al creciente fértil del principio de la edad del bronce, con culturas complejas pero donde ningún rey se había alzado como un dios. Parece ser que los pueblos íberos del sur si que tuvieron formas de gobierno más parecidas a lo que sería reinos, mientras en el noreste el poder de las ciudades era mayor y el de los régulos o princeps menor.
Tras la introducción pasamos al objeto del artículo. Por base económica entendemos aquellos aspectos económicos determinantes en las relaciones de producción. En este sentido seguimos una terminología marxista. La base o estructura económica condicionará la superestructura resultante: la organización política, ideológica y jurídica. En este aspecto, nos alineamos no sólo con los marxistas sino con diversas corrientes que consideran que escindir realidad social y economía es un artificio que responde a intereses propagandísticos. Los layetanos ofrecen un claro ejemplo de base económica distribuida en contraste con formas centralizadas de la antigüedad: Mesopotamía, Egipto, Roma, etc. El esquema centralizador se encuentran en la esencia de los automatismos sociales establecidos desde la segunda mitad del siglo XX. El momento actual se encuentra en pleno proceso de intensificación de la centralización del poder, por lo que la temática de este artículo puede servir de analogía de bastante actualidad.
El territorio de los layetanos contemplaba varias comarcas de la costa de la actual provincia de Barcelona, del rio Llobregat al Tordera y por el inerior hasta la línea de los macizos montañosos de Sant Llorenç del Munt i l'Obac junto con el Montseny. Al pie de esta línea montañosa el Vallès ocupa una parte significativa del territorio layetano, y se encuentra dividido de la costa por la cordillera del litoral. En el siguiente mapa se localizan los vestigios arqueológicos. Además hemos etiquetado algunas de las ciudades más importantes.
La base de la economía layetana era la explotación cerealista, distribuida por todo el territorio con especial importancia del Vallès, gracias a sus favorables condiciones entre las dos cordilleras, lo que permitía una explotación a escala. Los campesinos y campesinas vivían en los pueblos situados en los cerros y montañas a ambos lados del llano y bajaban a trabajar por una tupida red de caminos. En muchos casos el tiempo de transporte caminando al lugar de trabajo sería menor del empleado hoy para acudir a trabajar por medios motorizados en el gran cinturón de Barcelona. Según estudios arqueológicos [Barberà 1984, López 1982] existían herramientas para trabajar bosque y huerta además del secano. Con una climatología similar a la actual, la huerta de invierno era posible sin necesidad de mucho aporte adicional al pluvial. En los poblados de los cerros el agua se obtenía a través de recogida de lluvias de los tejados de las viviendas y también de pozos. Ello permitiría situar estas huertas de invierno junto a los poblados. Aún hoy en día se observa en los bosques la disposición en terrazas abandonadas como forma tradicional de cultivo en montaña. Para los meses más cálidos sería necesario un aporte mayor de agua, la huerta de barranco en las cercanas rieras ofrecían esta posibilidad. Esta localización no sería muy recomendable en invierno, por ser el barranco demasiado umbrío con el oblicuo sol de invierno, además, en estas montañas se da el fenómeno de mayores heladas en el valle que en el cerro. El bosque y la huerta pertenecen a la economía de auto-consumo, al igual que la ganadería doméstica que ofrecía mayor aporte que la caza. En el mismo sentido, en la costa también existían asentamientos que practicaban la pesca.
En líneas generales existía un sector primario dedicado por un lado al auto-consumo con el ascendente de la aldea neolítica y por otro a la explotación del cereal a escala lo que abre la puerta al comercio. Gran parte de las casas de los poblados disponían de su propio silo para almacenar el grano, incluyendo poblados pequeños y algunas de las casas humildes. Además, los princeps recibían tributo de cereal, por lo que disponían de campos de silos ubicados en sus ciudadelas. Los campos de silos se extendieron ampliamente durante el periódico ibérico pleno de los siglos IV y III a.c. y permitían almacenar el grano durante décadas. Estos excedentes de cereal suponen una acumulación de capital que permitió el posterior desarrollo del comercio de exportación de las ciudades costeras. Es importante resaltar que la acumulación de capital no se concentraba en una capital, sino que se distribuía por toda la geografía, y dentro de cada poblado incluía a distintas clases sociales, no sólo la aristocracia guerrera y su clientela. Esto no es un asunto menor, ya que hay autores que hablan de los layetanos como un estado arcaico bajo control de la clase aristocrática. Los estados arcaicos como los de Mesopotamia y Egipto, centralizaban todo el excedente de cereal bajo control de un único rey. La fórmula un estado, un rey-dios, su casta burocrática sacerdotal y su ejercito acuartelado, no puede de ningún modo ser entendida como el modelo de la sociedad layetana, con un poder más distribuido desde su misma base económica. Estaríamos más cerca del modelo ciudad-estado griego, aunque siendo menos complejo en lo económico y social y con una base de excedente de cereal que recuerda al creciente fértil del primer bronce, a medio camino entre la aldea neolítica y la ciudad.
Lejos de la optimista ley de Say, según la cual cada oferta generará su propia demanda agregada efectiva, la vinculación entre demanda y oferta es un proceso económico en el tiempo que requiere de una infraestructura y ciertos equilibrios. Una vez creada la infraestructura del mercado, cualquiera de las crisis de superproducción dan al traste con la ley de Say, demasiado simplista para verificarse. En nuestro caso son importantes dos factores, primero la existencia de demandada exterior de grano competitivo, junto con la existencia de pueblos comerciantes que disponen de rutas y navíos a lo largo de todo el Mediterráneo, principalmente serían fenicios, griegos, etruscos, galos, cartaginenses y romanos los que impulsarían este comercio mayormente marítimo, sirviendo de inspiración y estímulo para aquellos mercados con posibilidades de comercialización.
El segundo factor que vincularía esa demanda de ultramar con la producción del Vallès, sería la progresiva construcción de las necesarias infraestructuras, empezando por los propios cultivos llevados a escala cada vez mayor desde el originario cultivo de auto-consumo, incluyendo importantes mejoras adoptadas hacia el IV a.c.. También, el importantísimo almacenamiento en silos, ya mencionado, y que permitía de una forma muy simple convertir ese grano en acumulación de capital, ya que no se devaluaba más que por una muy larga obsolescencia de décadas, por lo que se podía adaptar su venta a las fluctuaciones del mercado internacional, guardándose para una mejor venta futura cuando conviniese. Todo ello supone el uso de la escritura y la contabilidad para gestionar adecuadamente el capital. Igualmente imprescindible resulta una red de comunicación para el transporte del grano del Vallès a los puertos marítimos. Los íberos van desarrollando una tupida red, apta para el uso del pesado carro íbero de carga, en muchos casos a partir de antiguos caminos de viandantes o caballar. El carro íbero de carga es típicamente de un eje de dos ruedas, de algo más de un metro de ancho, desde el rudimentario de ruedas macizas, pero también de reja y radio, y más livianos en su estructura [Quesada 2005]. Para ello se construyeron caminos en los que cabían carros en los dos sentidos y que salvaban puertos de montaña con los adecuados serpenteos para hacerlos practicables a los animales de tiro. Donde era necesario se picaba la roca, así como también se apuntalaban y ensanchaban los caminos mediante sillería devastada en los trazos de gran pendiente. Estos caminos fueron incorporados a la red romana posterior. Actualmente, en parte conservan su trazado original, en parte han sido modificados o abandonados.
El último tramo de este canal logístico layetano, serían las ciudades costeras con salida portuaria a los mercados internacionales. Ello requiere de almacenes logísticos, puertos de carga y adicionales artes comerciales al por mayor, incluyendo el don de lenguas y el uso de la divisa internacional. Pero reservamos la cuestión de las ciudades costeras para un poco después. Es necesario resaltar que toda esta infraestructura: organización de grandes plantaciones de cereal, silos, carreteras, carros de transporte y puertos; fue posible sin la presencia de un rey-dios que centralizara el poder. Fue por medio de intereses comunes, de ciudades y poblados con autonomía en el gobierno, que fueron capaces de aportar lo necesario para la creación de este complejo entramado logístico. Evidentemente, sin la economía controlada con centro en el rey-dios no es posible construir pirámides (tumbas) ni otras empresas megalómanas, que requieren de esfuerzos titánicos, de masas humanas gobernadas como si de piezas de maquina se tratase; pero los pueblos layetanos demuestran que fue posible crear infraestructuras adecuadas para los usos comunes, a partir de ciudades, poblados y asociaciones particulares de todo tipo, mercantiles, corporativas, gremiales, etc.
Una cuestión adicional es que el desarrollo y mantenimiento de esta infraestructura supone la aparición de una miríada de artes y oficios, motivo por el que algunos autores hablan de una sociedad muy estratificada a partir del ibérico pleno. Sin embargo, el que existan trabajos más diversos no conlleva mayor estratificación social, lo que ocurre es que se aplican conceptos actuales cuando se habla de clases media-alta, media-media, etc, cuando esta clasificación social es en base al psicologismo del auto-concepto socio-cultural y al poder de consumo, lo cual no tiene sentido aplicar a la sociedad íbera, que de ningún modo era una sociedad de consumo. Otra cuestión adicional respecto a la infraestructura, es que una vez desarrollado el canal logístico por causa del excedente de cereal, este fue utilizado también para la exportación de otros productos como textiles de esparto y lino o elaborados como el vino. Igualmente el canal era utilizado en el comercio interior que incluiría el intercambio de productos frescos, elaborados, alfarería, utensilios y armas de metal, así como para al importación de productos que llegaban a los puertos, como apreciados vinos y aceite de oliva de la Ibiza púnica, vino galo, la prestigiosa cerámica púnica o griega y otros artículos por lo general de carácter sofisticado y consumo reservado al lujo.
Era común que las ciudades fueran total o parcialmente extramuros. Por ejemplo, Barcinon poseía un castillo y una ciudad que fue ganando en importancia. En la primera guerra púnica los cartaginenses la hicieron suya y fue entre la primera y la segunda guerra púnica cuando se acometió el amurallado de la ciudad. Ilduro, que era el centro político y económico más importante de los layetanos, era un concepto de ciudad amplio, con una población extramuros cercana al oppidum de Burriac, en la actual Cabrera de Mar, un pueblo pesquero y puerto en la actual Mataró y que posteriormente se convirtió en la ciudad romana de Ilurón, y numerosos edificios dispersos por la zona. Un hecho común es que muchos de los silos colapsan hacia finales del III a.c. lo que significa un corte de las vías de comercio internacional o bien una caída de la demanda de cereal íbero. De esta forma concluye la fase económica expansionista. Probablemente sería una combinación estos y otros factores a consecuencia directa o indirecta de la tensión previa a la primera guerra púnica. De hecho, parte importante de los poblados fueron amurallados hacia esa época. A groso modo, nos encontramos una ciudad amplia en el territorio, vinculada a una aristocracia en lo que respecta a los asuntos militares, pero siendo la ciudad independiente en las competencias cotidianas de agricultura, ganadería, artesanía y comercio, en base a distintas asociaciones y con un senado como órgano político superior. En el caso de los poblados más pequeños el órgano político serían las asambleas con representantes de los cabeza de familia, donde ancianos y gentiles tendrían un papel preponderante.
Durante la época arcaica y plena, las transacciones comerciales cotidianas se realizan mediante canje, ya sea trueque utilitario, canje en grano haciendo las veces de capital financiero, ya sea en bienes mobiliarios obsolescentes, como por ejemplo las cabezas de ganado. Las grandes transacciones también admitirían moneda extranjera. La entrada de divisa no sólo hay que atribuirla a los mercaderes de ultramar, sino también a los mercenarios íberos que desde tiempos arcaicos servían a distintas causas por todo el Mediterráneo y que terminadas las campañas regresaban a su tierra. La moneda layetana fue acuñada y difundida tardíamente, probablemente en el siglo III a.c. o una vez ya iniciada la progresiva romanización, con cecas en Ilturò, Lauro, Baitolo o Laiesken [Sinner 2012]. Lo que si que se sabe es que independientemente de su origen local, las distintas monedas eran usadas no solo en el territorio layetano sino en otras poblaciones y viceversa [Sinner 2013], lo cual se sabe gracias a hallazgos de ocultamientos de moneda con datación precisa. Las dispersiones de moneda de los hallazgos pone de relieve que las relaciones económicas fueron de carácter regional, con la lógica preponderancia de lo local. Por ejemplo, del análisis de las monedas halladas en yacimientos del valle de Cabrera, un 27% se acuñaron en la propia Ilturo, mientras que el resto se distribuía mayormente entre monedas de layetania y de la región y en menor proporción eran divisas de otros pueblos [Sinner 2012].
Recapitulando, se ha descrito una base económica layetana centrada en el excedente de cereal, con fuerte arrastre local hacia detrás que impulsa toda la economía y arrastre exportador hacia adelante con la consecuente expansión del comercio internacional y regional. En los cimientos, la economía de auto-consumo de la aldea neolítica también juega un papel determinante para el sustento cotidiano de la población. Las formas políticas resultantes de este modelo fueron núcleos de poder descentralizados, en una sociedad de clases pero sin grandes injerencias del poder político, lo que permitió una importante expansión económica y demográfica. Si la intervención púnica y romana manu militari no se hubiera dado, ignoramos si el desarrollo económico y político hubiera sido hacia formas centralizadas de poder autóctono, o si se hubieran seguido respetando los equilibrios de la cultura layetana, pues ambos vectores tenían presencia. Sin embargo, nos inclinamos a pensar que el poder distribuido de las ciudades era superior al de la casta guerrera, que también tenía intereses comerciales, lo que podría haber facilitado una evolución dentro de unos parámetros de constricción mutua entre los distintos agentes. Pero todo ello son especulaciones, pues finalmente Roma dio al traste con el desarrollo autóctono, dejando a layetania como simple metrópoli a cargo de un reducido número de patricios, cambiando la base económica para ponerla al servicio de un único imperio, empezando por las formas de propiedad y explotación de la tierra, en especial en el Vallès, lo que produjo un retroceso productivo a una agricultura de subsistencia y acabando con el modo de vida de los turòs circundantes.
Víctor Méndez,
ICEA, Agosto del 2014
Referencias
[Silgo 2010]: Luis Silgo Gauche. “La organización política de los íberos en la segunda guerra púnica según Tito Livio y Polibio (237-195 a.C.)”, ARSE 44 / 2010 / 67-83
http://www.centroarqueologicosaguntino.es/uploads/descargas/567_67%20La%20organizacion%20politica%20de%20los%20iberos%20en%20la%20segunda%20guerra%20punica%20segunTito%20Livio%20y%20Polibio%2044.pdf
[Barberà 1984]: Barberà, Josep, i Dupré, Xavier. "Els laietans, assaig de síntesi", Fonaments, 4, 1984, p. 31-86.
[López 1982]: Albert López, Jordi Rovira, Enric Sanmartí. “Excavacions al jaciment ibèric el Turó del Vent”. Direcció General del Patrimoni Cultural. http://calaix.gencat.cat/bitstream/handle/10687/9366/qmem707_web.pdf?sequence=1
[Quesada 2005] Fernando Quesada Sanz. “Carros en el antiguo Mediterráneo: de los orígenes a Roma”. Edita E. Galán.
http://web.uam.es/proyectosinv/equus/carros%20FQuesada.pdf
[Sinner 2012]: Alejandro G. Sinner et al. “La moneda de los íberos Ilturo y los talleres layetanos”
http://histocat.50.ylos.com/resource/Sinner.pdf
[Sinner 2013]: Alejandro G.Sinner. “La difusión de las emisiones Ibéricas layetanas”. SAGVNTVM (P.L.A.V.) 45, 2013: 171 – 192. DOI: 10.7203/SAGVNTVM.45.2466