La Transición española del franquismo a la monarquía, presentada internacionalmente como modelo de consecución pacífica de la democracia, constituyó un gigantesco fiasco para las aspiraciones populares. Lo que realmente se dio fue la pervivencia, aun mínimamente readaptados y maquillados, de los elementos esenciales del régimen franquista, que fue reformado pero no sometido a un proceso de ruptura con el autoritarismo preexistente.
Las labores del partido único pasó a operarlas un bipartidismo feroz y excluyente, basado en una ley electoral especialmente diseñada para impedir la irrupción de nuevas fuerzas políticas (a excepción del dominio local de las organizaciones nacionalistas en sus respectivos feudos).
Y treinta años de ese bipartidismo prepotente y altanero, amparado por la monarquía, los sectores esenciales del mundo empresarial y académico, y los medios de comunicación de masas, han dado para mucho.
Lo que estamos viendo ahora es nada más y nada menos que la profundidad del proceso de degradación social y política generado por la confluencia del bipartidismo y el consenso con la burbuja inmobiliaria y el padrinazgo europeo: todos robaban, casi hasta la extenuación. Redes clientelares y corruptas se extienden por el conjunto de la sociedad española, asociadas a los grandes partidos (aunque no sólo a ellos), drenando la riqueza social (incluso en esta situación de crisis dramática) para alimentar la maquinaria de reparto de poder caciquil, prepotente y excluyente en que ha consistido, esencialmente, el bipartidismo del régimen juancarlista.
Desde la maraña mafiosa de los partidos (Bárcenas, Fundación Ideas…), a los negocios de la familia real (Urdangarín y su mujer), o los latrocinios de los nacionalistas burgueses (Pallerols), pasando casi por cada pequeño ayuntamiento de este país, algunos ahora pueden ver que, debajo de la adormecedora fiesta del consumo y el ladrillo, medraba y se hacía cada vez más fuerte una metástasis social antidemocrática y cleptocrática, sin límite alguno.
Tuvimos atisbos anteriormente (Naseiro, los GAL…), pero ahora algo ha cambiado. Con seis millones de parados y dos millones de hogares sin ingreso alguno, con recortes brutales en la Sanidad pública y en los servicios sociales, la corrupción ya no es un gracioso motivo de indignación virtual. Ahora la gente se siente, de verdad, concernida. La deslegitimación del régimen alcanza cotas nunca vistas en los últimos treinta años, y pone en cuestión la totalidad de la arquitectura política del llamado “consenso de la Transición”.
Con el PSOE en la mayor crisis de legitimidad de su historia (agravada por su incapacidad manifiesta para regenerar su imagen, su liderazgo o su discurso, que, por otra parte, ya nadie creería). Con el PP traicionando a la clase social que le aupó al poder con su voto, gracias a la pasividad de unas clases trabajadoras que ya no podían confiar en nadie (la clase media hastiada), y poniendo de manifiesto su esencia de marioneta de los poderes oligárquicos (ya hasta el Presidente del Gobierno parece haber recibido sobres de quién sabe quién), la credibilidad del entramado político que sustentaba a la monarquía se tambalea a pasos agigantados.
Por supuesto, no puede olvidarse quienes están contribuyendo, también, a todo esto: grupos mediáticos asociados a distintos sectores de la derecha o el social-liberalismo (El País, El Mundo…), familias políticas neocon que ahora se ofrecen como salvadoras y regeneradoras (Aguirre…). Cada cual está jugando sus cartas ante el cada vez más evidente desplome de un gobierno al borde del abismo y de una oposición catatónica. Pero las contradicciones en el seno del bloque de poder anterior no hacen más que iluminar el hecho de que la situación es insostenible a medio plazo y abre espacios a nuevos desarrollos impensables hace relativamente poco.
Cada vez parece más evidente que la presidencia de Rajoy no sobrevivirá toda la legislatura. Y una “regeneración” del PP solventada por su ala más neocon volverá a deslegitimarse al poco tiempo de profundización en la misma política económica por parte de individuos que difícilmente van a ser vistos como algo distinto en lo tocante a la corrupción Un gobierno tecnocrático al estilo italiano, juramentado con respecto al pago puntual de la deuda a los banqueros amigos de la señora Merkel, tendrá que sustentarse en los dos edificios más carcomidos del país: el bipartidismo absolutamente degradado, por una parte , y una monarquía con una imagen social no mucho mejor, por la otra.
Algo va a pasar, pero no sabemos qué.
Por eso ahora se cruzan y entrecruzan todo tipo de iniciativas y rumores en los ámbitos del naciente bloque antagónico al régimen vigente. Al hilo de unas movilizaciones masivas que no cesan, pero que tampoco parecen, por sí solas, capaces de derribar definitivamente lo que hay, el “efecto Syriza” hace emerger múltiples intentos de generar un Frente electoral común capaz de forzar el inicio de un proceso constituyente que abra el camino para un cambio de fase fundamental.
La organización y reforzamiento de los movimientos sociales no se está produciendo al ritmo deseable, por el peso muerto del sindicalismo mayoritario y el dogmatismo y la incapacidad para la cooperación de lo alternativo. Sin embargo, como hemos dicho, las luchas no cesan y el enfado de la mayoría social es cada vez más evidente y masivo.
El hipotético frente electoral encuentra también obstáculos (de nuevo, la fragmentación y el dogmatismo alimentados por décadas de marginalidad y aislamiento, o la concomitancia pasada y mal digerida con el régimen), pero parece cada vez más posible si la actual izquierda parlamentaria no lo impide.
Algo se mueve. Y todas las iniciativas tendentes a desbloquear y acelerar la situación deben de ser bienvenidas: la confluencia y reforzamiento de las luchas, la organización creciente de las clases subalternas, la irrupción de alternativas en todos los ámbitos de la vida social (también en el electoral, se participe en él o no).
Es la hora de forjar la unidad y la confluencia. De construir un movimiento digno de tal nombre, y de impedir que los cambios venideros (que, sin duda, van a suceder) se produzcan en dirección al autoritarismo y la dependencia de la oligarquía financiera transnacional.
El Estado Español (como ha puesto de manifiesto Sánchez Cedillo) está en una situación clave para el futuro próximo del área euromediterránea y de la crisis global capitalista. En nuestras manos está encontrar una salida a la actual “tormenta perfecta” que pase por una mayor democratización del mundo político y constituya el inicio de un proceso de transición a una sociedad radicalmente distinta en lo social, lo económico y lo ecológico. Pero para eso tenemos que estar en el centro de la acción.
Y la acción es ahora.
José Luis Carretero Miramar,