Por Eduardo Pérez
“En términos gastronómicos, la izquierda de arriba ("los marxistas de pantuflas" los llamó alguien) te puede dar una agenda con los mejores restaurantes con los mejores vinos; y la izquierda de abajo sólo te puede decir dónde están los tacos y las tortas más baratos. Hablo de la llamada izquierda "marginal", "radical", "dinosáurica" (para usar algunos términos que vienen de arriba). De las organizaciones políticas que no son parte de la clase política ni de la sociedad civil. De quienes no se rigen por modas, sino por compromisos. De los despreciados por los intelectuales, los medios de comunicación, los gobiernos, los políticos profesionales. De los que no son carne de cañón sino de presidio, de cementerio, del limbo donde los desaparecidos esperan la justicia que no vendrá de arriba, sino de abajo a la izquierda”.
Subcomandante Marcos, febrero de 2005 (1)
Hace un par de años, un político catalán de cuyo nombre no quiero acordarme daba su opinión sobre la polémica levantada por la Iniciativa Legislativa Popular impulsada por la PAH y su correspondiente campaña, en ese momento en primera plana informativa. Por supuesto, él decía estar a favor de las reivindicaciones, pero lo interesante es que parecía algo molesto ya que, contaba, su partido ya había propuesto todas esas medidas un montón de veces en el Parlament. Sin que nadie le hiciera el menor caso, claro.
Digo que resulta interesante porque lo que este “liberal (a marxista no llega) de pantuflas” venía a confesar una realidad que muchas veces no parecemos querer ver, cegados por las luces de burócratas y medios de comunicación burgueses. Los políticos profesionales se pueden tirar 3, 5, 10 años haciendo proclamas que nadie escucha desde su escaño, acompañados por un pelotón de asesores y liberados, en pro de las más justas causas. Pero, a la hora de la verdad, lo útil para avanzar es la agitación, “la lucha de clases como motor de la historia”, la organización de afectados y afectadas para resolver por sí mismos sus problemas… En dos palabras, acción directa, por la que, como escribía Émile Pouget, la clase obrera “se crea sus propias condiciones de lucha y saca de sí misma sus medios de acción”.
El ejemplo mencionado, lógicamente, no es el único. Siguiendo con la vivienda, recientemente el grupo Stop Desahucios 15M Granada informaba de que el año pasado 136 familias organizadas en su seno habían llegado a soluciones con los bancos (2). Lo que significa que sólo en una provincia, no necesariamente la que obtuvo resultados más exitosos, más de 400 personas mejoraron de forma importante su situación gracias a la acción directa.
Frente a estos y otros éxitos manifiestos, desde los viejos y nuevos gestores del régimen se empeñan como es natural en desprestigiar la acción directa. Algunos, como Íñigo Errejón, incluso van más allá y recomiendan que las organizaciones de clase se conviertan en meros “semilleros de ideas y de formación técnico-práctica concreta” para futuros gobiernos (3).
Resulta evidente que ese tipo de cooptación e integración en el mismo sistema contra el cual se pelea no merece la menor consideración, ya que precisamente la acción directa pasa por su independencia y enfrentamiento con la clase dominante, incluidos los burócratas. Ahora bien, si es cierto que la acción directa nos ha salvado de estar mucho peor de lo que estamos, también lo es que no ha sabido revertir el feroz ataque de clase, ni de estos últimos años ni de los anteriores.
Hay múltiples causas que lo explican, pero apuntaremos tres, con posibles soluciones.
En primer lugar, la acción directa como intervención política cotidiana sigue estando restringida a un sector de la población, no alcanza a la mayor parte de la clase trabajadora. Es necesario, por tanto, incorporar en lo posible al resto de explotados y oprimidos.
En segundo lugar, su variedad de tácticas también ha estado restringida, cerrándonos en demasiadas ocasiones en un círculo vicioso de prácticas que no necesariamente dan frutos. Hay que desarrollar la imaginación y experimentar nuevas vías. Además, la historia de la lucha de clases a nivel internacional está llena de diferentes métodos que podrían ser rescatados. Label, sabotaje, corte de rutas, boicot… son sólo algunas de ellas.
Por último, en general podemos decir que los objetivos de las luchas son extremadamente conservadores. Nos limitamos a defender la miseria en la que estamos inmersos, lo que dificulta que podamos encontrar un diagnóstico global, una propuesta de sociedad que pueda resultar atractiva a las amplias mayorías sociales y a la vez dificulta una participación más amplia en el combate, como mencionábamos en el primer punto.
En este sentido, resulta una estupenda noticia la aparición de manifiestos como “Construyendo pueblo fuerte” (4). Quienes son conscientes de estos problemas y no quieren que la acción directa se diluya en una falsa “recuperación económica” o una estafa en forma de “capitalismo humanitario” deben actuar coordinadamente y potenciar así la acción directa y el poder popular. El objetivo no es sólo recuperar los penosos derechos que hemos perdido recientemente, ni ganar alguno más hasta la próxima sacudida capitalista, sino, como dice la proclama, “conquistar juntas una verdadera democracia”, “con un modo de producción que sustituya al capitalismo por la economía de propiedad colectiva” y “con un régimen que sustituya al Estado por la decisión confederal en pie de igualdad de todas las personas que habitan cada territorio”. Éste es el reto.
(1) http://www.jornada.unam.mx/2005/03/02/index.php?section=politica&article=006n1pol
(4) https://construyendopueblofuerte.wordpress.com/